jueves, 28 de junio de 2007

Las edades del hombre III

Echa una mano, no des ceraCrepúsculo. Espero a un amigo. Siempre llega tarde, como yo. Respiro mi temperatura ideal, como si quisiera memorizarla para siempre. No hay frío, no hay calor, no hay más estaciones. Sólo estos deliciosos 24 grados. Veo el reflejo anaranjado del sol que se oculta. Lentamente, el cielo se oscurece.

Estoy junto a una boca de metro. Veo pasar a la gente. La observo. Jóvenes, mayores, gente con prisa o sin ella. Gente que se encuentra y sonríe. Amigos, viandantes varios. De vez en cuando, algún grupo se encuentra junto a mí. Les miro, les escucho. Me meto sin querer (o no tanto) un poquito en sus vidas. No por nada en especial, sólo escucho y observo.

Unos quinceañeros se encuentran. Él, tímido, prefiere quedarse en segundo plano. Es "Carlos" (hace muy poco que salen juntos, a ella no le mola decir "mi novio", ni puede decir "un rollito" delante de él). Ellas tres se ponen rápidamente al día sobre sus últimos escarceos. Les miro a todos y siento la distancia. Estudio el lenguaje no verbal, riquísimo. Entiendo por qué hablan sobre eso, sé lo que sienten. Ya pasé por allí, hace tiempo. Me siento un poco Mr. Scrugg, observándose a sí mismo junto al fantasma de las navidades pasadas.

Otro grupo, esta vez de prejubilados (por lo de la edad). Llevan un paso lento, tranquilo. Caras serenas, de sutil satisfacción. Disfrutan del paseo, de la compañía, de la conversación. Son la imagen más alejada del agobio. Una de las mujeres cruza una corta mirada conmigo. Sus ojos ligeramente rasgados, inteligentes, se clavan en mí. Hablamos durante unas décimas de segundo. Ella vuelve a lo suyo, y me encuentro en la situación inversa a la anterior. Ella ha vivido casi el doble que yo, y es posible que en esas fracciones de segundo también haya sentido la distancia. Pienso en todo lo que me queda por vivir, en todas las experiencias que tengo que pasar. Intento adivinar qué habrá pensado ella al mirarme.

La edad nos hace tan diferentes, aunque en el fondo seamos los mismos... ¿Por qué la gente no entiende que todos nosotros hemos sido cocineros antes que frailes, que hemos pasado por la pubertad, la juventud, etc. antes de llegar a la madurez en la que nos encontremos ahora? ¿Por qué tanta gente se cree el amo del mundo a los 25, a los 30, a los 35, 45, etc.? ¿No saben que no estamos sino recorriendo un camino? ¿Que cada estadio intermedio es temporal, y que siempre habrá gente "más" que nosotros? Más experimentada, más inteligente, con más poder o más pasta. Por lo tanto, ¿por qué mirar a nadie con cualquier tipo de sentimiento de superioridad? Lo he visto tantas veces que me llego a acostumbrar. "Son unos niñatos". Si eso dices de unos chicos simplemente porque tienes 20 años más que ellos, ¿qué crees que piensa de ti la generación de tus padres cuando te ven con tus crisis existenciales de los 40? No, seguramente no te lo has planteado.

Hagamos algo útil con esa experiencia que tanto nos costó conseguir: comprendamos y apoyemos a los que están luchando por escribir esa parte del libro en la que nosotros ya escribimos.

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miércoles, 27 de junio de 2007

Curiosidades XII

La perfección sólo existe en la naturalezaHay circunstancias que, por su reiteración, son casi leyes. En cuestión de parejas, ¿quién no ha comprobado en muchas ocasiones lo de el punto y la I? Es decir, ¿quién no conoce parejas en las que ella es un palillo y él está pasadito de peso, o parejas en las que ella mide 1,50 y él 1,90? Hay bastantes combinaciones chocantes en cuanto a lo heterogéneo del 2, que no por comunes dejan de ser hilarantes. Pero la que más se aproxima a la categoría de REGLA (con mayúsculas) y la que más me divierte es la discordancia en cuanto a las cosas nimias.

¿Qué son estas cosas nimias a las que me refiero? Sencillo: son esa serie de cosas que, a primera vista, tienen tan poca importancia que ninguno de los miembros de la pareja se acuerda de mencionar hasta que llega el temido momento de descubrirlas en directo. Y lo más normal (de ahí lo de elevarlo a la categoría de regla) es que, si uno de los miembros de la pareja tiene un comportamiento bien definido frente a estas cosas, el otro también lo tenga, pero exactamente en dirección contraria. Pero vamos con una lista de estas cosas nimias, que os hará entender de golpe de qué va este rollo que os estoy metiendo, y os hará sin duda polarizaros de inmediato a favor del lado oscuro o del lado luminoso.

El lado luminoso // El lado oscuro

Cerrar completamente los cajones // Dejarlos abiertos exactamente dos dedos

Apretar meticulosamente el tubo de dentífrico desde su parte posterior // Apretarlo por la mitad

Tapar todos los botes (champú, gel, lavavajillas, etc.) tras su uso // Dejarlos todos sin tapar

Tapar el cubo de la basura // Dejar la tapa junto al cubo

[Se aceptan contribuciones a esta lista]

Los que viven en el lado luminoso son tildados por sus parejas de maniáticos, tiquismiquis o perfeccionistas. Los del lado oscuro, de descuidados, vagos o desastres. Cuando lo ves desde fuera, y es otra la pareja que monta una discusión bizantina a este respecto, te ríes e incluso te aventuras a espetar un "bueno, chicos, que no es para tanto". Por supuesto, no es la misma frase que te viene a la cabeza cuando eres tú uno de los protagonistas de la escena. No obstante, no me digais que no es curioso comprobar cómo cosas tan nimias son capaces de inflarnos la narices con tanta facilidad.

¿Con qué lado se me identifican, amigos?

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martes, 26 de junio de 2007

El demiurgo I

Así me siento"Aciago demiurgo", decía mi profesor de filosofía de segundo, por el libro de Émile Michel Cioran, cuando se refería a circunstancias, mayormente negativas, que tenían lugar fuera de la lógica ordenada que todos esperamos en los acontecimientos diarios que nos rodean. Según el pensamiento gnóstico, el demiurgo, antítesis del ser supremo y perfecto que forma la cúspide del Universo, es el que imprime movimiento al mundo.

Después de estas filosóficas idas de pinza, confieso que me planteo si a veces el demiurgo se ceba en ciertas almas, o decide, por sabe él qué razón, desequilibrar la [teóricamente] uniforme cantidad de sucesos negativos que cubren el mundo, para acumularlos en ciertas zonas, como el crío que coge un puñado de arena en la playa y la deja caer poco a poco en otro lugar, mientras observa cómo el cúmulo crece. De verdad, a veces uno se siente como si estuviera ahí debajo.

Palabra que no fumo.

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lunes, 25 de junio de 2007

Curiosidades XI

La junglaEl otro día cogí el metro. Como las últimas veces, en cada trayecto coincido con una más de las muchas personas que vagan por los trenes pidiéndote una ayuda cuando no es hora punta. No sé cómo se organizan, pero siempre me encuentro con alguna.

Recuerdo mis tiempos de universitario (17 estaciones desde mi casa, alta probabilidad de coincidencia), y pienso “todo evoluciona”. A mis tiernos 20 se llevaba el “es más triste de robar que de pedir”. A algunos no les avergonzaba decir que acababan de salir de la cárcel y tenían el síndrome. Después, todo ha ido evolucionando. Los mensajes, también.

En el apartado musical también hemos podido ver cambios en los últimos años, fruto de la mezcolanza de inmigrantes que estamos acogiendo. Antiguamente era casi exclusividad de algunos zíngaros y rumanos el amenizar el túnel con algún acordeón. De vez en cuando te encontrabas con algún violinista que te hacía pensar “¿cómo es posible que este tío este pidiendo en el metro con lo bien que toca, el jodío?”. Otros te hacían rogar “por favor, que le den algo, pero que deje de rascar las cuerdas, por lo que más quiera”. En estos últimos tiempos no es raro encontrar suaves guitarristas de bossa-nova, alguna pareja de flautas peruanas o algún vocalista ruso. Lo que sí han avanzado han sido las tecnologías. Ahora, algunos ya llevan el mini-amplificador a cuestas (con carrito de la compra, pero sin carrito; no sé si me explico) y se lucen con el micrófono mientras el dispositivo les proporciona un hábil acompañamiento. Otras, como la ¿oriental? que vi el otro día en Diego de León, compartían lo del ampli, pero sin pasearlo; los túneles de esos trasbordos dan para intentar lucirse.

Pero reconozco que la palma se la lleva la mujer (creo) que entró el otro día en mi vagón. Vestía como Doña Rogelia (pañuelo incluido), bajita, muy encorvada, creo que un poco contrahecha y apoyándose en un bastón, muleta o algo parecido. No daba la impresión de ser española, y desde luego, si quería llamar la atención de todo el mundo, lo consiguió con creces, porque con el mismo soniquete que empleaban en tiempos los pregoneros, comenzó a contarnos a voz en grito todo lo que no tenía. A juzgar por las caras de la gente, creo que todos debieron pensar lo mismo que yo, porque entre la pinta que tenía la mujer, la “entonación” y lo que decía, no estaba claro si iba en serio o era alguna broma de cámara oculta. Ni siquiera recuerdo si alguien le dio algo; estaba demasiado entretenido fijándome en la expresión de todos los que, alucinados, la miraban. Cuando salió, la reacción evidente de todo el mundo: mirarnos unos a otros preguntándonos si aquello iba en serio…

Desde luego, no podemos negar que el metro es una fuente inagotable de gente particular.

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viernes, 22 de junio de 2007

Los cambios III

...en esta vida o en la otraLos cambios implican despedidas. Hay que decir adios a lo antiguo y saludar a lo nuevo, si lo hay. Es más fácil hacerlo cuando son bienes materiales; un coche, por ejemplo. Aunque le hayamos cogido cierto cariño con los años, y nos haya acompañado en multitud de ocasiones, no deja de ser un objeto inanimado. Más difícil es separarse de las personas. Sobre todo si has estado junto a ellas muchos años, si has compartido vivencias, si de un modo u otro, has crecido junto a ellas. Se hace duro el momento de la despedida, más aún si sabes que, muy probablemente, no os volveréis a ver. Repaso de lo acontecido, recuerdos y más recuerdos. Lágrimas, emociones a flor de piel. Mil cosas que decir, y ni una palabra que haga justicia. Al final, sólo un sentimiento, una mirada, y una sonrisa, por los años compartidos.

Que te vaya bonito, amigo.

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jueves, 21 de junio de 2007

La muerte II

Alguien se divierte tirando los dadosYa lo había oído antes de sentirlo. En boca de los protagonistas o de alguno de sus seres queridos: hay dos cosas que inevitablemente pasan por tu cabeza los días posteriores a un accidente. Una de ellas es la fragilidad del cuerpo humano. No está diseñado para moverse a más de 35 ó 40 Km/h. Incluso a esa velocidad, cualquier golpe con un objeto sólido nos produce un gran daño. Roturas, desgarros. Somos frágiles, nos rompemos. Si la velocidad aumenta, nuestra fragilidad lo hace proporcionalmente. A más velocidad, nos asemejamos al cristal. Pero la gente parece no entenderlo. No es la típica cosa que uno piense cuando pisa un acelerador, o peor aún, cuando gira la muñeca. Pero no por ello deja de ser menos cierta. Si alguna circunstancia desgraciada ocurre, las leyes de la física se encargan de recordárnoslo de golpe. Después, sólo podemos lamentar. Y meditar sobre esta cuestión... y la siguiente.

La segunda cosa que pasa por tu cabeza es la fugacidad de la vida. Su volatilidad. Lo rápido que puede cambiar todo en ella. Radicalmente. Que puedes perderlo todo en un instante. Que lo bueno puede tornarse malo, y lo malo, terrible. Que no hay ventanilla de reclamaciones. Que estamos aquí de paso y que nadie te garantiza nada. Que de repente puedes encontrarte en la situación de repasar si ya hiciste todo lo que querías hacer en la vida. De repasar qué no podrás hacer ya.

Después, y a poco que pienses en las cosas, también meditas sobre el destino, la suerte y otros temas. Te preguntas si ya está todo escrito en algún sitio y tu sólo eres una marioneta, o bien si eres dueño de tus actos y puedes elegir tu propio camino. Te planteas si te desplazas por vías previamente ensambladas o si podrás ir donde te lleve el viento. Te planteas cuál es tu papel en tu propia vida, si eres el director o sólo un actor de reparto.

Hace unos días he tenido un accidente en mi coche. Un buen golpe, aunque salí intacto. Ira probablemente al desguace; yo, por fortuna, continuo aquí, pero estoy obligado a reflexionar (últimamente me estoy viendo forzado a reflexionar sobre muchas cosas, varias de ellas de crucial importancia en la vida de una persona). Y reflexiono y aprendo (y os invito a que vosotros lo hagais también) porque suscribo la filosofía que emana de este bonito dicho, que comparto aquí con vosotros:

Los buenos tiempos están para disfrutarlos; los malos, para aprender de ellos.

Nunca perdais la capacidad de aprender.

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martes, 19 de junio de 2007

La música III

Vuelve, y nunca más te marchesEs raro encontrar a alguien a quien no le guste la música, e incluso alguien para quien la música no signifique algo especial. Sí, es muy común, tal es la fuerza de la música. Mueve montañas, como el amor. Mi amor por la música no es sólo eso; es el de alguien que la conoce desde dentro. Alguien que sabe cómo nace, cómo se crea. Es algo especial.

Déjala fluir, deja que se oiga, deja que te inunde. Siéntela a tu alrededor, envolviéndote. Sé su admirador, sé su cómplice. Respétala y vívela. Te dará las mayores alegrías, aunque a veces te haga sentir triste. Te acompañará donde quiera que vayas, siempre. Intenta entenderla. Y sé abierto con ella, no te cierres. Cuanta más variedad, más cultura, más posibilidades de disfrutarla y más unido a ella te sentirás.

La música ha vuelto a mi vida. No es que se hubiera ido, pero se había alejado un poco, temporalmente. Ahora vuelve a mí, o yo vuelvo a ella más bien, de donde nunca debí ausentarme. La vida fue más triste, más oscura sin ella.

Espero que no volvamos a separarnos nunca más.

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martes, 12 de junio de 2007

La ciudad II

Un escote admirable como hay muchosEn muchos aspectos, me encanta Madrid. Un clima demasiado continental para mi gusto, pero delicioso en el entretiempo. Sí, las suaves temperaturas de la primavera y el otoño son demasiado cortas por estos lares. No obstante su fugacidad, la primavera en esta ciudad nos regala una explosión de cuerpos en flor, ávidos de mostrarse tras varios meses de obligada reclusión. Mujeres de todas edades, colores y condiciones muestran con una orgullosa naturalidad lo que los genes (y a veces la ciencia) les han dado, utilizándolo a modo de multiplicador de su atractivo, y a veces incluso de su belleza. La operación bikini está en su apogeo, los gimnasios están a reventar y los centros de bronceado a base de UVAs tienen unas colas (perdón, filas) por las tardes dignas de las mejores ofertas de rebajas. Todos sacamos la ropa de verano del armario y ellas sonríen al volver a ver esa camiseta que tantos beneficios les reportó el año pasado en la campaña publicitaria.

Y hete aquí que te encuentras paseando, sintiendo la brisa templada en el rostro, a veces incluso cerrando los ojos e inspirando, renaciendo de nuevo al calorcito del incipiente verano, pensando en los cálidos y agradables meses que tienes por delante, cuando te cruzas con esta marea de cuerpos que han decidido tomar el aire en bastante más superficie que la de la cara, cuello y manos. A eso le añades que tienes dos ojos en la cara, que no tienes problemas de conciencia y que adoras la belleza femenina por encima de casi todas las cosas, y... ya tienes el típico cóctel primaveral, que algunos autores expertos en la materia suelen denominar "ufff... qué calorr".

Así que ahí estás, paseando la ciudad, y disfrutando de la belleza que te sale al paso con la más limpia de las intenciones, cuando te percatas una vez más de lo de siempre (y no pretendo crear polémica con el sexo contrario): muchas mujeres disfrutan mostrando su escote bajo el lema "Got milk?" como si de un escaparate se tratara, pero se ofenden más allá de cualquier límite lógico si te cazan disfrutando del panorama. Y yo me pregunto: ¿para qué irán por la calle dejando tan, tan poco a la imaginación, si luego se ofenden cuando encuentran que algún simple va y hace lo que todos desearían hacer, es decir, echarles un buen vistazo? Es algo que escapa a mi comprensión, debo ser muy cortito. Después, si preguntas, hay algunas que, muy convencidas de su argumento, te espetan: "es que yo me pongo guapa para mí misma". Y tú piensas: "claaaro, claaro... como que si estuvieras en una isla desierta te ibas a poner todas las mañanas como un cuadro de Goya".

La verdad, hace años que ya no discuto sobre estas memeces. Pero me sigue llamando la atención el que se ofendan porque te fijas en lo que precisamente te están enseñando con el único objetivo de que sea admirado. Igual va a ser que son las dueñas del espectáculo las que van mucho más allá de lo debido con su imaginación, e imaginan que tus glándulas salivales trabajan mientras las miras, cuando lo único que haces es admirar su belleza como el que admira un Velázquez. Pero claro, ponte a explicárselo, porque ya sabes lo que pensarán de ti.

Qué le vamos a hacer. Viva la primavera.

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domingo, 10 de junio de 2007

La música II

La música nos acompaña en nuestros viajesQué forma más increíble tiene la música de despertar recuerdos, de transportarnos a otras épocas y otros lugares y hacernos volver a sentir lo que en aquellos momentos sentimos. Sentimientos de lo más variopinto, que no están ni mucho menos limitados a un buen recuerdo; que pueden ir desde la más agradable de las sensaciones de bienestar hasta una tremenda euforia, pasando por ese algo que hace que se nos hinche el pecho, o puede que incluso algún mal rollo si la hemos asociado a un mal trago. Pero la música es tan, tan poderosa en este aspecto... Se me antoja similar a los olores. Seguramente la asociación de la música con un sentimiento o un recuerdo tiene lugar en la misma zona del cerebro que la asociación entre un perfume u otro olor con una sensación. Pero pienso que la música, dada su naturaleza, se suele asociar casi siempre a sentimientos positivos, a buenos momentos.

Tengo la suerte de haber asociado, involuntariamente siempre, ciertas canciones, ciertas músicas, a ciertos viajes. Nunca he llegado a comprender por qué, pero así es. No tengo más que escucharlas de nuevo para que me inunden sin querer todo tipo de sensaciones que viví en los correspondientes viajes. Vuelvo por un momento a donde estuve, revivo algunas situaciones. Y casi siempre una sonrisa se dibuja en mi cara. Creo que soy afortunado en este aspecto.

¿Y a quién no le pasa esto? Seguro que todos tenéis una canción de aquel viaje a la playa, aquellas minivacaciones en Londres, o del viaje a EE.UU. ... ¿A que sí?

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sábado, 9 de junio de 2007

Curiosidades X

La cerveza cuando era jovenCuando empecé a salir por ahí, hace más años de los que quisiera, apenas había probado el alcohol. Estaba virgen en este aspecto, como en algún otro. Un día salí por ahí con un compañero de estudios. Me presentó a unos cuantos amigos más... y a las cervezas.

No acabo de entender qué tiene la cerveza para ser uno de las bebidas más populares de este planeta. Inventada hace miles de años, consumida en cualquier parte del mundo, por cualquier individuo, sin importar raza, ideología o religión. En este aspecto es muy similar al vino. Pero la cerveza es amarga, gaseosa. Que levante la mano al que le gustó la cerveza la primera vez que la probó. A mí no, desde luego. De hecho, aún hoy me parece que tiene un sabor que dista bastante de ser lo más maravilloso y apetecible del mundo. Pero entonces, ¿qué tiene la cerveza? ¿Por qué acudimos a ella antes que al agua en los tórridos días de verano? ¿Es la publicidad? ¿Estamos influenciados por los medios de comunicación hasta el punto de no saber en realidad qué es lo que nos apetece? (SÍ lo estamos) Pero la publicidad es cosa de hace un siglo, siglo y pico. ¿Por qué el éxito de la cerveza, pese a tener ese sabor amargo tan particular? ¿Por qué, si al tener alcohol, en el fondo no quita la sed tan bien como el agua, por ejemplo?

Me voy a tomar una cerveza mientras medito sobre esto.

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martes, 5 de junio de 2007

Los cambios II

Mi empresaUna vertiente no muy agradable de los grandes cambios es el típico aislamiento que se sufre. La gente suele tener bastante con sus propios problemas, y es raro encontrar a alguien que muestre un poco de empatía con los tuyos. Tú pasas los días intentando comprender el cambio en el que estás inmerso, intentando averiguar cuál es la mejor manera de sobrevivir a él y procurando no llevarte más heridas de las necesarias en el durante, mientras que al resto del mundo le traen al pairo todos estos temas. Lo más normal es que cada uno, independientemente de lo próximo que esté de tí, intente arrimar el ascua a su sardina, sin tener en cuenta si pasas un momento difícil, si estás bien o mal o si necesitarías un poco de ayuda. Exigen lo mismo de tí, lo que has dado siempre, lo que de continuo han tenido, como si nada pasara. Incluso te recuerdan que tú siempre has dado más, sin tener en cuenta lo más mínimo cómo tienes el cuerpo... y el alma.

Quizá deba ser así; quizá sea ley de vida esto de pasar por los grandes cambios tú solo, por aquello de hacerte fuerte. O quizá es que debemos realizar una lectura mimética de ello, y aprender a pasar de los demás del mismo modo que los demás pasan de tí, por aquello de adaptarte al entorno, de no destacar.

O quizá sea que la respuesta está oculta en la propia pregunta, y simplemente es que no se le pueden pedir peras de comprensión al olmo del que te estás bajando.

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sábado, 2 de junio de 2007

Las edades del hombre II

El puebloÉrase una vez un crío. Pasaba sus veranos, semanas santas, resto de puentes y fiestas de guardar en un pequeño pueblecillo al pie de un monte. Disfrutaba como nadie con todos los chavales de su edad. Salía de casa por la mañana y sólo aparecía a la hora de la comida y a la del bocata. Los días eran eternos. En aquella época no había consolas, ni ordenadores o internet. No había móviles ni correo electrónico. Jugaban a cualquier cosa, y lo pasaban bien todos juntos, chicos y chicas. En el prado, en el monte, en las vías del tren. En la vieja fábrica, en el túnel. En la finca del rico del pueblo, en la carretera. Cualquier sitio era bueno. Podían ir donde quisieran, salir y entrar. Una maravillosa infancia y adolescencia llena de amigos.

El tiempo pasó. Los críos crecieron. Ahora ellas son mujeres, y ellos son hombres. Muchos tienen hijos, que están empezando a disfrutar en el mismo entorno. Los viejos amigos se reencuentran. El tiempo ha sido clemente con algunos, más duro con otros. Sin embargo, las sonrisas y las miradas cómplices hacen resonar ecos de aquella maravillosa época. Las preguntas de rigor, como en la canción de Louis Armstrong, esconden un "cómo te he echado de menos, amigo". Cuántas cosas por preguntar, por saber, y qué poco tiempo para hacerlo. No se resumen 16 años en tres frases. Pero se sonríe. El brillo de aquellos días resplandece en nuestros ojos.

Te vas, volviendo la vista atrás una última vez, y contemplando lo que fue el escenario en el que tantos días disfrutaste, viviste, aprendiste y creciste. Gran parte de él ha cambiado, pero muchos rincones conservan aún la esencia. Todavía está allí aquel árbol en el que todos nos subíamos, aquella piedra en la que nos sentábamos por las noches. El mismo olor a jara, el mismo aire fresco. El canto de los grillos y los ladridos de los perros. Si cierras los ojos podrías creer que es una de aquellas noches de verano.

Todo quedó atrás. Abres los ojos y te das cuenta de que ya nada es lo mismo; ni las casas, ni los caminos, ni tus amigos... ni tú. Una agridulce sensación te invade, y una media sonrisa se dibuja en tu rostro. Intentas comprender el por qué del paso del tiempo, te preguntas si ellos te han visto a tí mejor o peor que tú a ellos, te preguntas cómo es posible que 15 años no se noten en algunos... y cómo puede estropear tanto a otros. Te preguntas dónde estaremos todos dentro de otros 15 años. Cómo seremos, quién más habrá, quién no estará. Te invade un largo silencio, como si estuvieras de luto por aquella época que ya murió. Meditas igual que se hace tras los entierros, sobre lo efímero de la vida, lo pasajero de nuestra estancia, lo corta que se te hace. Te preguntas qué serás capaz de hacer con el tiempo que se te ha dado.

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viernes, 1 de junio de 2007

La sociedad II

Tós juntosHace unas décadas éramos los españoles los que emigrábamos. Dejábamos todo, nos liábamos la manta a la cabeza, y nos íbamos a Alemania, Holanda y otros países europeos en busca de lo que no teníamos aquí. En busca de un futuro mejor, en busca del pan para nuestros hijos. Perseguíamos aquello a lo que todo ser humano tiene derecho: mejorar sus condiciones de vida, aún a costa de dejar atrás (quizá sólo temporalmente) todo lo que hasta ese momento ha sido tu vida. Dejar atrás tus raíces, tu pedacito del mundo y aventurarte en lo desconocido, sin saber si te irá bien o mal, si fracasarás o triunfarás, y lo que perderás en el intento, requiere de una alta dosis de valor. Emigrar a otro país en busca del pan y la sal requiere coraje. Y el que no lo entienda es que nunca lo ha intentado.

Ahora España ha cambiado. Es destino de inmigración, no fuente. Ahora ya no somos los españoles los que vamos por media Europa paseando nuestro salero y demostrando que somos unos currantes de pro. Ahora se ha dado la vuelta a la tortilla, y somos nosotros los que recibimos a los inmigrantes de gran cantidad de países que vienen al nuestro en busca de lo mismo que nosotros buscamos en Europa en su momento. Ahora tenemos la maravillosa oportunidad de demostrar de qué pasta estamos hechos, de demostrar cómo somos. De demostrar si tenemos memoria, y recordamos, cuando miremos a un ecuatoriano que se pierde en el metro, que hace 30 ó 40 años éramos nosotros los que nos sentíamos perdidos en mitad de Munich, rodeados de todos aquellos altos y rubios teutones que tan raro hablaban. Ahora es el momento de devolver todo aquello que nos fue dado. Lo más importante: una oportunidad. Todos los que en su momento emigraron tuvieron la oportunidad de trabajar, de demostrar que estaban allí para ganarse el pan, para ellos, para sus hijos, para sus familias en España. Es esa misma oportunidad la que necesitan los inmigrantes que hoy pueblan nuestras calles. La oportunidad de formar parte de esta sociedad.

Este es un tema espinoso, con muchísimos matices, lo sé. Y sé que lo estoy sintetizando demasiado, a riesgo de dejarme en el tintero consideraciones que todos tenemos en la cabeza. No obstante, lo básico está ahí: hace tiempo emigramos a otro país, ahora somos nosotros los que recibimos a los inmigrantes. Con tantas quejas que veo por todas partes, con tanto rechazo hacia la cantidad de extranjeros que vemos por la calle... ¿cómo nos hubiéramos sentido si cuando fuimos a trabajar a Alemania nos hubieran dado de lado? ¿qué nos hubiera parecido encontrar allí xenofobia, racismo, rechazo? Pensemos...

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