Curiosidades XI
El otro día cogí el metro. Como las últimas veces, en cada trayecto coincido con una más de las muchas personas que vagan por los trenes pidiéndote una ayuda cuando no es hora punta. No sé cómo se organizan, pero siempre me encuentro con alguna.
Recuerdo mis tiempos de universitario (17 estaciones desde mi casa, alta probabilidad de coincidencia), y pienso “todo evoluciona”. A mis tiernos 20 se llevaba el “es más triste de robar que de pedir”. A algunos no les avergonzaba decir que acababan de salir de la cárcel y tenían el síndrome. Después, todo ha ido evolucionando. Los mensajes, también.
En el apartado musical también hemos podido ver cambios en los últimos años, fruto de la mezcolanza de inmigrantes que estamos acogiendo. Antiguamente era casi exclusividad de algunos zíngaros y rumanos el amenizar el túnel con algún acordeón. De vez en cuando te encontrabas con algún violinista que te hacía pensar “¿cómo es posible que este tío este pidiendo en el metro con lo bien que toca, el jodío?”. Otros te hacían rogar “por favor, que le den algo, pero que deje de rascar las cuerdas, por lo que más quiera”. En estos últimos tiempos no es raro encontrar suaves guitarristas de bossa-nova, alguna pareja de flautas peruanas o algún vocalista ruso. Lo que sí han avanzado han sido las tecnologías. Ahora, algunos ya llevan el mini-amplificador a cuestas (con carrito de la compra, pero sin carrito; no sé si me explico) y se lucen con el micrófono mientras el dispositivo les proporciona un hábil acompañamiento. Otras, como la ¿oriental? que vi el otro día en Diego de León, compartían lo del ampli, pero sin pasearlo; los túneles de esos trasbordos dan para intentar lucirse.
Pero reconozco que la palma se la lleva la mujer (creo) que entró el otro día en mi vagón. Vestía como Doña Rogelia (pañuelo incluido), bajita, muy encorvada, creo que un poco contrahecha y apoyándose en un bastón, muleta o algo parecido. No daba la impresión de ser española, y desde luego, si quería llamar la atención de todo el mundo, lo consiguió con creces, porque con el mismo soniquete que empleaban en tiempos los pregoneros, comenzó a contarnos a voz en grito todo lo que no tenía. A juzgar por las caras de la gente, creo que todos debieron pensar lo mismo que yo, porque entre la pinta que tenía la mujer, la “entonación” y lo que decía, no estaba claro si iba en serio o era alguna broma de cámara oculta. Ni siquiera recuerdo si alguien le dio algo; estaba demasiado entretenido fijándome en la expresión de todos los que, alucinados, la miraban. Cuando salió, la reacción evidente de todo el mundo: mirarnos unos a otros preguntándonos si aquello iba en serio…
Desde luego, no podemos negar que el metro es una fuente inagotable de gente particular.
3 comentarios:
La verdad es que te encuentras de todo. Yo tb conozco a la oriental de Diego de León, es esa que canta micrófono en mano?.
También me hizo gracia un día que unos "artistas" se pusieron a representar su obra en el vagón. Ver para creer.
y que decir de los contorsionistas y malabaristas que realizan sus ejercicios entre los vaivenes de la marcha... todo un circo. (¿Para cuando el hombre antorcha?)
Sí, es esa. Me pasé los dos tramos de pasillo que forman la esquina intentando averiguar en qué idioma cantaba, sin conseguirlo :-P
Lo de los malabaristas no me lo he encontrado nunca, mira. Me gustará verlo. Lo de los contorsionistas no me impresiona. Yo hago cosas de esas al intentar salir en Gregorio Marañón XD
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