domingo, 14 de diciembre de 2008

Los cambios VII

Las últimas tendenciasHace mucho, mucho tiempo que llevo explicando a todo aquel que quiera escuchar lo que es una empresa: "cosa hecha para ganar dinero". No una ONG, vamos. Aparte de eso, tiene una serie de características que comparten prácticamente todas las empresas, sobre todo las grandes: cuando su definición (ganar dinero) se ve en peligro, reajusta su configuración para adaptarse a las circunstancias ("recortes"). Y normalmente, los recortes conllevan en la mayoría de las veces reducción de plantilla.

Hay ciertas empresas que, por su naturaleza, pueden parecer tremendamente estables (y por lo tanto interesantes laboralmente) para mucha gente que no se para a pensar en la definición ni en cómo se adaptan a las circunstancias cuando sopla viento del norte en la economía. "Esta empresa es muy estable", dicen muy seguros de sí mismos.

Después de explicarles la definición de empresa, gastas un poco de tu tiempo en explicarles qué es un trabajador para una empresa: "un número". Ellos no están de acuerdo contigo, porque aplican el "principio de estabilidad", que no cuadra con que la empresa te considere un recurso totalmente prescindible. Les explicas también que ninguna empresa, grande o pequeña, estable o inestable, incluso estatal, se parará a pensar en ti, en tu circunstancia, en tu valía profesional, en tu trayectoria o en tu valor para la empresa cuando vengan las vacas flacas. Pero tampoco cogen el "conceto", porque llevan muchos años apoltronados en su silla poniendo la mano a fin de mes sin que nada cambie.

Pero un día las cosas cambian. Un día, sin que nadie (bueno, casi nadie) entienda muy bien por qué, unos caballeros en EE.UU. con muchos conocimientos sobre economía comienzan a dar hipotecas a gente que no puede pagarlas (subprime) y otros caballeros crean unos productos para el mercado de valores que se basan en esas hipotecas. La bola empieza a crecer, se internacionaliza, y unos pocos meses/años después tenemos al mundo entero sumido en una crisis económica como no había desde los años 20.

Le llega entonces el turno a las empresas de demostrar una vez más lo que son, y vaya si lo hacen. Más aún si cotizan en bolsa y se deben a sus accionistas. Así que empiezan a tomar medidas encaminadas a mantener en pie su definición, reajustando su configuración, como siempre. Como una medida más, y llámesele como quiera (ERE, reducción de plantilla, despidos selectivos, etc.), la empresa empieza a despedir gente. Y aquellos que se veían indefinidamente sentados en su cómodo sillón, empiezan a ver desaparecer el suelo bajo sus pies. Mientras esto ocurre, se preguntan asustados cómo es esto posible. Con lo que ellos le han dado a la empresa, todos estos años, con lo trabajadores que son y con el compromiso que han tenido siempre con ella. Han olvidado la definición, y cómo se hacen los ajustes.

Aviso (una vez más) para el que no lo supiera: una empresa no es una ONG. Su objetivo es ganar pasta. Si el tema está fastidiado despide gente. Y cuando empieza a despedir en masa, es como un tarado con una venda en los ojos disparando una recortada en la Puerta del Sol. Si te toca, te tocó. Y después ya no es momento de preguntarse "¿cómo es posible?".

Igual en mi siguiente entrada ya estoy en el paro.

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viernes, 8 de agosto de 2008

Curiosidades XV

Dime cómo cruzas...Llevo 20 años conduciendo diferentes vehículos, y unos 35 cruzando calles por donde debía y por dónde no debía. Como persona observadora que soy, y dado que mientras esperas que un peatón cruce ante ti no puedes hacer otra cosa, he ido catalogando a los personajes que he visto cruzar, y los he agrupado en lo que pienso que son las clases de peatones a la hora de atravesar un paso de cebra:

El tímido
Es el que se queda 3 horas esperando a que pasen todos los coches, estén estos a 15 m. o a 300. Sólo pasarán cuando, después de haberte parado, les indiques con la mano o la mirada que pueden hacerlo.

El suicida
Este peatón se lanza a la calzada por cualquier sitio y sin mirar. Son los que salen en el telediario.

La retrasada
Es aquella madre que, sin mirar, saca el cochecito con su bebé al centro del paso de cebra, y cuando ella (como hace cuando va sola, claro) llega al borde del coche aparcado, entonces mira a ver si viene alguno. Ni que decir tiene que para cuando empieza a mirar, el bebé está en medio de la calzada, por supuesto. Qué lástima que no lo hagan al revés, cáchis...

Patapalo
Estos son esos peatones que, vagamente pendientes de si vienen coches o no, lanzados o no, o de si van a parar o no, clavan su mirada en el muñequito rojo de la acera de enfrente que les impide cruzar legalmente. Y son los que, con reflejos felinos, se lanzan a cruzar 12 milisegundos después de que aparezca el muñequito verde, sin importarles lo que pueda suceder a su izquierda. No recuerdan que las normativas de circulación y las leyes no les protegen del acero de los coches. No saben que "estaba en verde" no son las palabras mágicas para volver a andar.

El paradiña
Este peatón tiene típicamente entre 15 y 25 años. Obra de la siguiente manera: todavía desde la acera, cuando calcula que vas a llegar antes que él al centro del paso de cebra y que por lo tanto no pararás (tendría que pararse él), acelera disimuladamente su paso lo justo para llegar antes, y una vez que comprueba que te obligará a detenerte, realiza una paradiña con un espectacular juego de cadera, bajando la cadencia de su paso hasta igualar el de un bebé, para subrayar su brillante y merecida victoria sobre el conductor de la máquina asesina. Es fácil encontrar este tipo de peatón en grupos de 3-5 adolescentes que buscan ese fugaz momento de gloria vacilando al conductor.

El esquinero
Este tipo de peatón encuentra estadísticamente su mayoría en el colectivo femenino, no me preguntéis por qué. Son las que se ponen a cruzar en esa calle por la que tu vas a girar a la izquierda o a la derecha, en la que no hay ningún paso de cebra, y pese a que ven perfectamente tu intermitente, que calculan que te harán parar en medio de la calle para no llevártelas por delante y que probablemente obstaculizarás el tráfico si te quedas ahí parado esperando a que pase. A diferencia de el paradiña, no modifican su paso ni un ápice, y en su rostro no se refleja el triunfo, sino la indiferencia y la superioridad a partes iguales. Ni te miran.

El torero
Este es el peatón más divertido de observar. Se comporta exactamente igual que un torero en los últimos pases antes de entrar a matar. Cuando se lanza al paso de cebra lo hace mirándote desafiante y con el paso firme ("tú quieto ahí"). Cuando, haciendo uso del ABS y el ancla, consigues detener tu coche a dos palmos de sus piernas, reproducen el gesto del torero que, tras detenerse a 30 cm. del toro exhausto y ponerle la mano en la testuz, la retira con gesto de desaire y se da la vuelta, dándole la espalda a la bestia y esperando la ovación del respetable ante tamaña muestra de valor. Una vez que el peatón ha hecho parar al coche a 50 cm. de sus piernas sin vacilar, se limita a volver con desprecio la cabeza, normalmente en dirección contraria al coche, para seguir su orgulloso paseillo mientras imagina la plaza a su alrededor y a la muchedumbre que le grita "¡¡olé!! ¡¡torero!!"

Afortunadamente para todos, la mayoría de la gente se comporta como una persona normal cuando cruza una calle. Pero apuesto a que todos habéis visto a algún individuo de estos alguna vez. ¿Me equivoco?

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domingo, 16 de marzo de 2008

Las edades del hombre VII

El finalRecuerdo una vez, hace muchos años. Alguien me hizo una comparación. En aquel momento me gustó, pero no le hice mucho caso. El objeto de la comparación era algo que yo tenía, y que nunca había perdido. Aquellos eran tiempos en los que todo nace, y mi corta comprensión de las cosas de la vida no me permitió entender la profundidad del consejo que me estaban ofreciendo.

Las amistades son como un árbol. Crecen con el tiempo. Al principio puede que sólo sea un único tronco, pero a poco que le des lo que necesita, verás crecer sus ramas, sus hojas. Incluso habrá un tiempo en el que lo veas crecer casi sin preocuparte por él. Pero a los árboles, como a las amistades, hay que cuidarlos. Hay que regarlos, hay que abonarlos. Hay que alimentarlos. Porque llegará un momento en el que, si no lo haces, el árbol comenzará a secarse. Empezarás a ver caer sus hojas, se arrugarán sus ramas. Perderá color, y al final, si no lo evitas, se secará. Si te das cuenta antes de que se seque del todo, y luchas por salvarlo, puede que tengas suerte y consigas recuperarlo, pero si no lo haces, si crees que puede vivir solo, sin que te ocupes de él, lo verás morir. Y en ese momento ya no podrás hacer nada por recuperarlo. No valdrá de nada abonarlo, ni regarlo. Habrá muerto, y sólo podrás lamentarte de no haberlo cuidado como se merecía.

Una buena amistad es algo vivo, que debes cuidar. Es el mayor de los tesoros, y sólo te das cuenta de la profundidad de esta simple afirmación con el paso de los años, con la edad. Cuando ya has visto secarse a varios árboles, te preguntas por qué; con lo fácil que habría sido cuidarles un poco, mantenerles vivos. Qué poco habría costado.

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jueves, 28 de febrero de 2008

Los cambios VI

Secreto desveladoLa pregunta más repetida en lo que va de año: ¿y cuál es el color secreto? La respuesta evidente: "si te lo dijera dejaría de serlo". Es lo que siempre he pensado de los secretos, que sólo lo son si no se los dices a nadie. Hay gente que no lo entiende. Algunos, incluso se ofenden porque no se lo desvelas. No respetan el concepto.

Pero los secretos no lo suelen ser para siempre, y al final llega el momento de desvelarlos. Sólo hacía falta tener un poco de paciencia, les dices. ¿Es o no es cierto que lo desconocido provoca mayor sorpresa? ¿Cómo vamos a tener interés en las cosas si ya las conocemos?

Hoy tengo un nuevo amigo. Lo pasaremos bien juntos, seguro.

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martes, 19 de febrero de 2008

La sociedad VI

Así empieza todoMe he pasado al enemigo. Tantos años luchando, tantos años sufriendo... para esto. Qué pena. Si mi madre me viera.

Desde pequeño ya manifestaba mi aversión. Al pricipio no podía pasar de poner malas caras. Después, según fui creciendo, mis posibilidades aumentaron y pasé a la lucha activa con todas las armas a mi alcance. Guerra de guerrillas, escaramuzas; más tarde, guerra abierta. Muchas batallas libradas, muy pocas ganadas. El enemigo era fuerte, sus armas poderosas, y sus víctimas, faltas de voluntad suficiente para resistir, marionetas en sus manos.

Años en esta situación de guerra civil, en la que se pelea hermano contra hermano, de la misma sangre, han llevado, gracias a muchos miles, a millones de luchadores como yo, a conseguir poner de nuestro lado el arma total: la ley.

Un día, esos individuos que votamos de vez en cuando, que tan pendientes están de nuestras necesidades, y que nunca aprovechan su posición para beneficiarse ni ellos ni sus familias/amigos, los políticos, decidieron hacer leyes para proteger al bando oprimido. Se pusieron las orejas, esas cosas que siempre olvidan en el cajón de la cómoda, y oyeron al sentido común, que llevaba años gritándoles. Resultado: ya no se puede fumar en el trabajo, y los restaurantes de cierto tamaño están obligados a disponer una zona aislada del resto, con ventilación independiente, para los que todavía lo están intentando dejar.

Y heme aquí, satisfecho del resultado parcial de años de lucha (la guerra no ha acabado), en la tesitura de tener que escoger bando cada vez que voy a uno de estos restaurantes. ¿Qué hago entonces? Veamos: en los locales en los que la gente va a tomar cualquier cosa y charlar con los amigos (véase VIPs y similares), la elección está clara: soy el de siempre. Cuando quiera niebla, me iré a Londres. No obstante, la cosa cambia radicalmente cuando es un restaurante más clásico, uno al que la gente va a comer o cenar. En estos casos, mira tu, la gente come. Y mira tu por dónde, mientras come, no fuma. Bien es cierto que cuando acaban, con el café, se fuman uno o dos, pero vamos, que después de aguantar toda la vida a chimeneas compulsivas, tampoco pasa nada por que el de tres mesas más allá se eche un pito. Para eso está el potente extractor de la zona.

A estas alturas ya os estaréis preguntando: "Pero ¿y por qué no ir a la zona de no fumadores, y evitarías incluso al de tres meses más allá?" Ah, ahí está el quid de la cuestión, el por qué me he pasado al enemigo. La clave está en el resto del enunciado de la ley: "Los niños [los gritones, maleducados y coñazos en particular] no podrán acceder a estas zonas de fumadores" Corolario: todos los familiares que van con esos niños, tampoco. Ahí lo tenéis. ¿Qué significa esto? Fácil: dependiendo del tipo de restaurante y del día de la semana (el fin de semana es mortal), puede que en la zona de no fumadores el tiempo de espera para sentarse pase de media hora. Y la zona de fumadores semi-vacía...

¿Vosotros todavía pedís zona de no fumador?

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jueves, 14 de febrero de 2008

El amor V

[Sin palabas]Hoy ha sido el día de los enamorados. Kebonitto. Algo diferente se podía respirar en el ambiente. Al principio, esta mañana, no me he dado cuenta. He pasado toda la mañana pensando: "¿Qué pasa hoy, que todos mis compañeros de trabajo son taaan agradables conmigo? ¿Qué sucede hoy, que por todos lados oigo frases amables, recibo sonrisas, buenos gestos, expresiones agradables y piropos? ¿Qué les pasa hoy a todos, que hacen del trabajo un sitio tan maravilloso que se me hincha el pecho de la alegría que me da estar aquí? ¿Qué será, qué será?". Hasta después de comer no me he dado cuenta de que era 14 de febrero, San Valentín, día de los enamorados. "Claro, ahora caigo. Es por esto que se respira este ambiente de cordialidad, de cooperación, de buen rollito. Es por esto que todos rezuman amor por cada uno de sus poros". Qué tonto he sido, fíjate que no darme cuenta. Qué torpe.

Después, en vista del abrumador espíritu amoroso que invadía la estancia, he tenido a bien preguntar a todos los enamorados qué tenían pensado de especial para con sus respectivas en un día como el de hoy. Al cuarto que o bien negaba con la cabeza o contestaba "nada", me ha dado corte seguir y he decidido abandonar mi iniciativa. He preferido abrir un navegador en images.google.com y buscar "amor", a ver si ahí encontraba algo.

Tras salir de ese corazón gigante que ha sido hoy el edificio en el que tengo la inmensa fortuna de trabajar, me he enfundado el casco y me he bajado a la M30, sólo para encontrarme con unos cientos de enamorados más que, con el pecho henchido de felicidad, demostraban a cada paso el amor que irradian por sus semejantes. Tal despliegue de cariño no ha hecho sino llenar aún más (si cabe) mi corazón con buenos sentimientos, y mi mente de bellas palabras.

Para celebrar como se merece un día como el de hoy, he decidido demostrar mi amor a mis vecinos, e ir a comprar unas bombillas al centro comercial, que la del rellano del primero está fundida. De camino, tanto amor me he encontrado por la calle, que a duras penas he conseguido apartar los corazones a mi paso, ya que todo lo rodeaban. Una vez en el centro, camino de la bombillería, la casualidad ha puesto en mi ruta a un antiguo compañero de trabajo. Tenía la típica expresión agobiada de quien busca a última hora algo para cariño y no encuentra nada. Resignado, me lo cuenta y me muestra su as en la manga, un "vamos de compras y te regalo algo que te guste". Le deseo suerte con su as en caso de que finalmente no encuentre nada y nos separamos.

Ya en la bombillería, compruebo los estragos que un día como el de hoy hace en las compras "estándar". Tres cajeras con los brazos cruzados, cuando normalmente siempre hay fila en la que entretenerte.

- Parece que hay poca clientela...
- Sí, no sé qué fue que pasó hoy
[con acento colombiano]
- Estarán todos enamorándose por ahí
-
[Risas] Sí, apuesto a que sí
Encuentro la confirmación final en la floristería de enfrente. La señora que la atiende normalmente está flanqueada por dos "ayudantes por un día" que no dan abasto a envolver rosas de variados colores en celofán. Le pongo encima del mostrador un centro de flores secas muy chulo al que había echado el ojo hacía unos días, y le digo que me cobre. Me mira y me regala una gran sonrisa amorosa mientras se hace una idea equivocada de mí. Antes de que me de cuenta, comienza a envolverlo en celofán.
- Eerhhh...no, no me lo envuelva
- ¿Cómo? ¿No quieres que te lo envuelva?
[cara de sorpresa]
- Ehhmmm... no... ehmmm... no, no hace falta. Si es para mí.
- Ah... vale
[no explico la expresión de su cara, ni lo que piensa, ya que es evidente; ahora sí que acierta]
Finalizo mis obligaciones del día derrochando watios para mis vecinos, y me retiro a mi guarida con la esperanza de que lo poco que queda de hoy no se me haga muy largo. De cualquier modo, si por ventura esta fuera mi última entrada, haced que inscriban en mi lápida:
"Murió aplastado por el amor que le rodeaba".
A Fátima y María.


Esta canción me gustó mucho. Siento no haber acabado mis clases de catalán.

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lunes, 11 de febrero de 2008

La sociedad V

Hoy ha sido otro día de esos en los que, como explico en otra entrada, he subido a casa cargado como un burro segoviano (otro día os explico esto). Una vez recuperada la sensibilidad en mis manos, puedo describir la situación vivida (revivida, debería decir).

Caja 3 del supermercado: espero mi turno en la fila. Mientras, echo un vistazo a mi alrededor. Me gusta observar a la gente, me divierte hacer deducciones sobre ellos. Caja 6: una mujer de unos 39 años, esperando como yo, parece tener su mirada fija en mí. Cuando le dirijo la mía, compruebo que no; mira a algo o a alguien por detrás de mí. En una fracción de segundo, hago mi pronóstico. En realidad, me ha resultado sencillo. Su cara era un libro abierto. Su mirada apuntaba a media altura. Miraba tan de reojo que si no le veías los ojos, parecía que no miraba allí. Un casi imperceptible gesto de desagrado envuelto en superioridad, a medio camino entre el asco y la envidia, la delataba. Estaba mirando a otra mujer.

Dos segundos después, una media sonrisa aparece en mi cara al comprobar que acertaba: el motivo de la mirada pasa detrás de mí en dirección a ella. Una joven alegra la vista al personal con unas ajustadísimas mallas blancas que, pese a no ser demasiado finas, no dejan gran cosa a la imaginación, y eso que yo la estaba viendo por detrás. Para mi sorpresa (no por que lo hiciera, que eso no me sorprende, sino por la falta de educación que demuestra) la mujer de la calle 6 le sigue mirando directamente la entrepierna mientras se le acerca, hasta que está prácticamente a un par de metros; en ese momento supongo que le da corte y pone las cortas. No acaba ahí mi sonrisa, que se convierte en risa al tener éxito una vez más en el típico ejercicio de control mental que me encanta practicar. Según la interfecta pasa de largo por detrás de la mirona, le espeto mentalmente: "en cuanto oigas sus tacones pasar de largo, échale una buena mirada al trasero, para tener la foto completa... vamos, hazlo". Dicho y hecho, como si me hubiera oído. Último repaso a las grupas, para volver después la mirada al frente con ese típico movimiento que, lentamente, va a dejar la barbilla un poco más alta de lo normal, a la vez que la cabeza queda ligeramente inclinada hacia el lado de la interfecta, las comisuras de los labios apuntando hacia abajo y la ceja contraria ligeramente elevada (confiesa que estás haciendo el gesto mientras lees esto).

Todo esto viene a que me apetecía dedicar una entrada a la manera en la que las mujeres se miran entre sí. Me ha llamado la atención desde que tengo uso de razón. ¿Qué impulsa a las mujeres a mirarse de ese modo, más descaradamente aún que cualquier mirada masculina? ¿Por qué de las 4 personas que se sientan frente a mí en el metro, cuando entra el bombón, el tío sólo le echa una miradilla rápida, y en cambio las otras 3 mujeres se la quedan mirando de arriba a abajo y en sitios puntuales hasta que se quedan a gusto? ¿Por qué sólo hay que verles la cara para leer en ella lo que están pensando? (¿y por qué me lo paso tan bien cuando veo esto?).

Una antigua amiga mía, tan guapa como sincera, me dio un día una respuesta clara y rotunda de lo que le sucedía (aunque sé que no es representativa de la clase femenina): "Yo miro así a las tías porque son la competencia. Las miro de arriba a abajo para ver si están buenas o les sobran unos kilos, a ver cómo visten y todo eso. Si están buenas y tal, pues pienso 'mira esa [censurado], qué buena está'. Si no, o si es una hortera o algo, la pongo verde y me siento mejor".

La verdad es que no me esperaba aquel bofetón de sinceridad, pero luego lo agradecí mucho. De hecho, pese a que he visto ese comportamiento cientos de veces en todos estos años, jamás he vuelto a oír a ninguna mujer confesar abiertamente que lo hagan, o si lo hacen, que les mueva la envidia o ese sentimiento de competencia. Lo normal es bromear sobre el asunto y cambiar de tema.

De cualquier manera, es algo muy divertido de observar. Si ya lo habéis hecho en alguna ocasión, voluntaria o involuntariamente, habréis comprobado lo estándar del proceso, pero si no, fijaos bien, porque es muy curioso. ¿La mejor manera? Bien simple: un lugar más o menos cerrado (metro, autobús, una tienda, no sé), con gente que no se conoce. Entra una maciza, o una mujer con alguna "característica" que sobresalga de lo normal. No observéis a la maciza, hay muchas por ahí. Observad al resto de la gente. Os divertiréis.

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domingo, 10 de febrero de 2008

La soledad IX

Qué curioso, el subconscienteEs verdad que prácticamente no veo la tele, pero debe ser que lo poco que la veo basta para que algún comercial se quede grabado en mi subconsciente. Quizá sea por eso que anoche soñé que estaba en ese lugar tan curioso que aparece en un anuncio de automóviles, el lugar de las cosas que nunca hiciste.


Había una casita pequeña, rodeada de un pequeño jardín. Era poca cosa, pero me parecía preciosa. Era original y acogedora. Tenía una valla baja de madera blanca, como las que salen en las pelis. Era un barrio tranquilo y conocía a todo el mundo; me sonreían al saludarme cuando me veían, y me preguntaban qué tal estaba.

Había dos críos encantadores, una niña de unos 4 años con ricitos castaños y un niño de unos 5 ó 6, que comenzaban a gritar como locos cuando yo entraba en casa y competían por ver quién llegaba antes a abrazarme. Se aturullaban entre los dos intentando contarme antes que el otro no sé qué cosas, irrelevantes para mí, pero que me hacían sonreir y sentir bien.

Había una mujer, que no sabría describir muy bien, a la que descubría mirándome desde el umbral de la puerta del salón entre los gritos de los críos, con esa mirada que me hincha el pecho y me derrite a la vez, esa mirada que dice tantas cosas que podría escribir un libro sólo enumerándolas. Me sonreía, y me hacía sonreir a mí, porque los dos sabíamos, sólo con mirarnos, que éramos lo que el otro siempre había buscado, nuestra media naranja.

Pero hubo algo que llamó mi atención por encima de todo; no era nada en particular, sino más bien algo que flotaba, un sentimiento. Me rodeaba y me inundaba una deliciosa sensación de compleción, entre la alegría y la euforia, como el corredor de la maratón que alcanza la meta. Una sensación de esas que ni todo el oro del mundo podría pagar. Una sensación de esas que sólo alcanza a entender completamente aquel que la ha vivido.

No recuerdo cómo continuaba mi sueño, ni si ví algo más. Desde que me he despertado tengo ese sabor agridulce de quien ha visitado en sueños un bello lugar. Sólo en sueños, como en el anuncio.

Por cierto, no tenía coche.

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domingo, 2 de diciembre de 2007

Las edades del hombre VI

Otra vuelta másEsa noche Marc estaba más pensativo de lo habitual. La mirada perdida en el fondo de su vaso de whiskey añejo y esa suave música de Brahms. Hace balance de lo que tiene, de lo que es. Repasa el debe y el haber. Sabe que hay tantas cosas en el debe que no encuentra importante su haber. Sabe dónde querría estar, dónde no está. Tan lejos se encuentra de su Shagri-la que la ve perdida. Cree que ya nunca podrá alcanzarla. La ve alejarse día tras día, como el puerto que deja atrás el barco que zarpa. Cada vez más pequeño, hasta que desaparece.


Agita su vaso en círculos, haciendo que el líquido ámbar se apriete contra las paredes. Se detiene, observando cómo pierde velocidad. "Es bello", piensa. La luz halógena hace todo tipo de reflejos en la bebida. Por momentos, todo desaparece, y pasan por su mente flashes de todas sus oportunidades perdidas. "No es justo", se plantea, aunque enseguida cae en la cuenta de que hay tantas injusticias realmente importantes en este mundo, que entiende que ésta es insignificante, por muy triste que le haga sentir.

Mira hacia su izquierda, viendo su imagen reflejada en la ventana, enmarcada por la negra noche. Descubre la tristeza en su rostro, una tristeza marcada y profunda, que nace del interior. Le da pena de sí mismo por ello, sabedor de que las cosas no eran así hace un tiempo. Pero el tiempo avanza para no volver; la vida es un continuo cambio. Se mira a los ojos para decirse una última frase antes de abandonar:

"Feliz cumpleaños, Marc".

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jueves, 8 de noviembre de 2007

La soledad VIII

Vuela, vuelaEs un ventoso día de otoño, y aunque ya empieza a hacer frío, Marc decide caminar. No tiene prisa, nadie le espera. Cierra su gabardina y alza el cuello para protegerse un poco mejor. En el fondo le gusta sentir el aire fresco en la cara, pero hoy está un poco despacible. Un gesto en su bolsillo y su MP3 comienza a sonar. Amaral le canta una canción que conoce perfectamente.


Las calles se suceden. El viento le alborota el pelo mientras se fija en lo curioso de la letra. Parece que la está viviendo. Recuerda una situación; recuerda haber hecho daño a alguien. No está orgulloso de ello, pero sabe que a veces viene bien darse de bruces con la realidad. Duele, pero indica por dónde no puedes ir. Ayuda a encontrar otro camino.

Se acabaron los días de verano. Llegan, una vez más, los días de otoño y los de invierno, que le harán recordar de nuevo lo solo que está. Las noches cada vez más largas pondrán a prueba su aguante. Pero está decidido a seguir caminando, donde quiera que le lleven sus pies. Sabe que no puede pararse.

Al pasar por el templo de Debod decide verlo de nuevo, a la luz del día. Al fondo hay una bonita vista. Apoya sus manos en la valla y deja que el aire frío de la tarde inunde sus pulmones. Por unos instantes, es como si nada sucediera. La mirada fija en el horizonte, la mente muy lejos de allí. Un avión, una isla. El tiempo pasa y no vuelve.

De vuelta al presente, da media vuelta y regresa a su ruta habitual. Se cruza con unos y otros, desconocidos todos. Hay movimiento. La ciudad, en el fondo, parece alegre. Parece.

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domingo, 28 de octubre de 2007

La música V

Ahí están los recuerdosEs sábado por la tarde, y un hombre, ensimismado en sus pensamientos, avanza entre la ruidosa riada de gente que se desplaza por el túnel buscando su destino. Al fondo, en una esquina, un guitarrista finaliza una pieza. "Éste es bueno", piensa el viajero. Tras una breve pausa en la que se pregunta por qué alguien que toca tan bien la guitarra pide en el metro, comienza a tocar de nuevo. Suenan los primeros acordes de esa pieza que tantas veces escuchó hace años: Recuerdos de la Alhambra, de Tárrega.


Las notas de las seis cuerdas inundan el túnel. Un escalofrío le recorre el cuerpo de arriba a abajo. Con la mirada fija, todo comienza a desaparecer ante sus ojos: la gente, los carteles, las paredes. El bullicio de la gente se disipa y sólo parece sonar esa melodía arpegiada que se desplaza delicadamente hacia él y le envuelve. Un eco de la música que forma parte de su vida. Un pasado que aparece de repente de la mano de esa melodía, al que decide dejarse llevar por unos instantes.

Fue un tiempo en el que la vida era sencilla, no había preocupaciones ni obligaciones, y disfrutar de su infancia era lo único en lo que tenía que pensar mientras veía pasar los días. La música de una guitarra llenaba sus tardes, bordando aquella época con una tranquilidad que ya nunca le abandonaría.

Mientras pasa junto al músico, nota como sus ojos se estremecen con el recuerdo. Se aleja, y la fuerza de ese sentimiento se desvanece poco a poco, al igual que los arpegios que parecen juguetear saltando a su lado. Antes de doblar la esquina, vuelve la cabeza una última vez. Sólo ve, al fondo, una brillante luz blanca. En ella, su hermano mayor. Sentado en el sofá-cama de su habitación, toca la guitarra. Albéniz, Granados, Tárrega. Se ve él mismo, sentado en el suelo, jugando con aquellos cochecitos que tanto le gustaban, escuchándole. Hora tras hora.

Dobla la esquina y deja ir el recuerdo como aquel globo que se le escapó. Piensa en el tiempo que ha pasado. "28 años... vaya, parece que fue ayer". Mientras medita sobre el paso del tiempo, se pierde entre la gente. Mañana habrá otra melodía que despierte de nuevo esa mente llena de buenos recuerdos.

A mi hermano, que aunque a su manera, está ahí siempre que le necesito.

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Los cambios V

Éste me molaba, pero pesaba demasiadoHace poco me comentaba un amigo del alma: "hay dos clases de motoristas: los que ya se han caido y los que se van a caer". Pretendía concienciarme ante lo que sin duda pasará. Esto iba al hilo de otra aseveración que me dejó igual de jodido: "la pregunta no es si te vas a caer o no; la pregunta es cuándo". "Con amigos como éste...", pensaréis. En realidad está todo bien. Quien bien te quiere te hará llorar, ya se sabe. Lo malo de esto es que te hace sabedor de que a partir de ahora existe una espada de Damocles sobre ti, y de que nadie te va a avisar de cuál será el día, para que te quedes en la cama.

Un gran cambio, éste. Pasar de haber ido cómodamente sentado, calentito y protegido durante tantos años a viajar en un aparato que ni tiene calefacción ni airbag, y del que tú mismo eres la carrocería. Ah, sí, se acabaron los atascos y los problemas de aparcamiento.

Otro gran cambio del que espero no arrepentirme, y si me arrepiento, espero poder escribirlo. A los que tenéis coche, por favor... sed más respetuosos aún si cabe con los motoristas. Un pequeño toque puede significar una parte de nuestro cuerpo, o peor aún, nuestra vida.

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El amor IV

Sexo en Nueva YorkNunca me ha gustado especialmente la televisión; de hecho, rara vez la veo. Me parece una bazofia infumable, sobre todo los canales generalistas. Pero últimamente me estoy americanizando, y he descubierto que la única TV que se salva es la de pago. Hay algunos canales que merece la pena ver; algunos de vez en cuando y algunos continuamente. Entre los primeros, el que emite la serie que veo siempre que pillo: Sex and the city, o Sexo en Nueva York, el título que han decidido darle aquí.

La serie está protagonizada por cuatro amigas de taitantos que viven en Manhattan. Relata sus peripecias, crisis existenciales, sus pequeños y grandes triunfos y sus miserias. Sobre todo éstas. Cada una de las cuatro mujeres es diferente, y aún así comparten su amistad, cada una a su manera.

Casi todo lo que se cuenta en la serie está relacionado de alguna manera con los hombres y el sexo. Al ser cuatro mujeres muy distintas, cubren un amplio espectro de personalidades, estando reflejadas las más comunes que nos encontramos en la vida real. Creo que por eso me gusta esta serie, porque en cierto modo me veo reflejado en algunas de las situaciones que se relatan, ya que aunque algunas sean bastante previsibles, en general son auténticas.

Lo que no me parece tan bien es que ponen a todos los tíos a caer de un burro como si eso fuera la norma. Es cierto que si las cosas fueran más light la serie no tendría tanta audiencia, pero vamos, tampoco creo yo que sea para tanto. Es como si no supieran encontrar nada más que psicópatas, trastornados y tíos raros en general. El único consuelo para esto es que ellas tampoco son ninguna perita en dulce. Las cuatro distan bastante de lo que llamaríamos una mujer normal. Exigentes, maniáticas y envidiosas, van de relación en relación, de hombre en hombre sin encontrar nunca su media naranja. Mientras, se lo van contando frente a cafés, cenas o cervezas y se lo pasan estupendamente, aunque al final acaben durmiendo solas después de un nuevo fracaso.

En realidad, es la vida misma. A los treinta y tantos, a poco que te hayas movido por ahí, estás en una situación parecida a la de estas chicas. Buscas ese alguien que te haga levantar el vuelo para no volver a pisar tierra, y mientras tanto te mueves dando saltitos, pero no despegas. Te vuelves cada vez más especial y más egoista, aguantas cada vez menos y tu persona ideal es cada vez más una utopía y menos una realidad. Si te descuidas un poco y decides salirle al paso a tu destino, puedes incluso hacer tu propia serie.

Me parece entretenida, la verdad. En toda la parrilla, aparte de House, no hay muchas más series que se dejen ver, y muchas menos aún alguna con la que te puedas sentir en cierto modo identificado. Así que, especialmente si andais entre la treintena y la cuarentena, os la recomiendo efusivamente. Hasta puede que aprendais algo, como yo.

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domingo, 21 de octubre de 2007

La sociedad IV

Por ahí debería irme a vivirQué mal, esto de viajar. No por el viaje en sí, coger un avión e irte a donde sea, ni por el hecho de estar lejos de casa, en otro país, con otro idioma, otra gente, otras costumbres y otra forma de vida, sino por el hecho de volver.

Hay paises que simplemente visitas; conoces un poco a la gente, te empapas todo lo que puedes de lo que ves, haces unas fotos y a casa. Pero hay una serie de sitios en los que descubres cosas que verdaderamente te encantan. Te das cuenta de que eso es infinitamente mejor que lo que tu tienes, porque claro, que levante el dedo el que es capaz de resistir la tentación de comparar con lo suyo cuando sale por ahí. Es en estos momentos cuando aparece esa media sonrisa mientras piensas "vaya... yo creía que España era el mejor sitio del mundo para vivir". No quiero decir con esto que no piense que lo sea, sino que a veces encuentras una serie de cosas, formas de pensar en las personas, costumbres y formas de vida, entornos, qué sé yo, que despiertan envidia (sana, claro) en ti. Te gustaría poder disfrutar de "eso" todos los días. Después vuelves a casa, y a todas tus realidades cotidianas. Aquí no hay de aquello, ni lo va a haber en muchos años.

Lo peor no es sentir un poco de envidia de vez en cuando, ya que es bastante sano y nos permite recordar que no somos el ombligo del mundo. Lo peor es volver del país X y pensar "yo tendría que vivir allí. Seguro que tendría todo lo que necesito y que encontraría todo lo que busco". De ahí lo de "qué mal, esto de viajar". Qué mal encontrar países en los que te gustaría vivir. Sobre todo si piensas mucho en las cosas y tienes total libertad de movimientos.

El próximo viaje, a Burkina Faso.

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sábado, 20 de octubre de 2007

El sexo II

Tomaos algo si pasais por allíHoy va de oportunidades. Va de actitudes, de ondas, de miradas y de sonrisas. Del tiempo que pasa, de cómo se siente uno en diferentes paises. De lo diferente de las sociedades, del frío y del calor, de las edades del hombre. Del sí y del no, y del por qué no.

A veces tienes sed. La Ley de Murphy dice que en ese momento no tendrás agua cerca. Otras veces, sin entender muy bien por qué, también sientes sed, pero todo es diferente. En estas otras, simplemente sabes que vas a encontrar agua en breve, muy pronto. Te sientes zahorí, y sólo has de saber mirar a tu alrededor para hallarla. No sabes explicarlo, pero sucede. Es como mágico. De repente, sólo tienes que alargar la mano y coger lo que deseas.

Pero no la alargas. No, no lo haces. Y te pasas el resto de la noche haciéndote preguntas que ya no tienen contestación. Has abandonado el sencillo proceso "tengo sed, bebo" justo antes de tomar el vaso. Agua cristalina, limpia, fresca. Lo que tu necesitas. Pero simplemente, no la tomas. ¿Por qué?

La vida está llena de preguntas sin respuesta y de oportunidades perdidas.

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domingo, 14 de octubre de 2007

El sexo I

Aquí, negociandoCuando quedo con mis amigos siempre acabamos hablando de los mismos temas. En concreto, el tema de las mujeres es un clásico (las mujeres también hablais de hombres, todos lo sabemos). Hablando de mujeres, es raro que no acabemos hablando de sexo. Y hoy no ha sido una excepción. Al final, el tema ha derivado hacia la frecuencia. Que cuántas veces es normal hacerlo al día (algun@ se preguntará si de verdad hay alguien que lo hace varias veces al día), o quizá a la semana. En qué momentos se hace o no se hace, y todo eso.

Después del intercambio de ideas y de confesiones de rigor, acabamos acordando que lo jodido no es hacerlo más o menos; lo verdaderamente jodido es la diferencia de ganas, cuando a uno le apetece más a menudo que a otro: a uno le apetece un par de veces al mes como mucho, al otro le apetecería varias veces a la semana. Uno tiene bastante para tres o cuatro días con cada intercambio de fluidos y al otro le gustaría intercambiarlos a diario. El problema aparece si los dos miembros de la pareja están desfasados. No importa quién ni cuánto. A uno le apetece más que al otro.

Y es que en esto del sexo no hay reglas; es lo que a cada uno le apetece, y no es cosa que se debiera hacer simplemente por contentar al otro. Además, ninguna postura ni gusto es censurable. Si te apetece menos, bien; si te apetece mucho, pues también. Que no es malo, vamos. Lo único malo es que, al cabo del tiempo, conlleva incomodidad y agobio para la persona con menos necesidad, y frustración, desazón (evidentemente) e insatisfacción para la persona que necesita más. Esto deriva en otros problemas en las parejas, en los que no entraré ahora. Pero que suele ser fuente de problemas, está claro.

Hace algún tiempo, en un curso de trabajo en grupo, conocí a una profesora que consideraba el sexo como una necesidad básica del cuerpo humano, equiparable al comer o al dormir. Sin estar del todo de acuerdo, me interesó mucho su forma de pensar (mucho mucho); el resto de la gente no lo consideraba una necesidad básica por el simple hecho de que se puede estar años sin sexo (¿de verdad se puede?), pero no años sin comer o sin dormir. Sí, es correcto, pero nadie puede negar tampoco la vital importancia que tiene en casi todas las parejas, por no hablar de lo importante que ha sido a lo largo de la historia de todas las civilizaciones... Bueno, mejor no complicarlo.

Al final, es difícil coincidir en esto con tu pareja, lo mismo que es difícil coincidir en la frecuencia con la que hay que visitar a la suegra o el lugar al que hay que ir de vacaciones en verano; coincidir es difícil en general. Eso sí: recomiendo personalmente que busquéis esa coincidencia con vuestras parejas, porque cuando coincide... el séptimo cielo queda abajo, en comparación.

Dos velitas a la Virgen de la Coincidencia.


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sábado, 13 de octubre de 2007

El amor III

¿Y si fuera ella?A veces me pregunto qué es lo que hace que alguien nos interese, nos guste, nos enamore. Qué es lo que hace saltar la chispa, qué es lo que sucede en nuestro interior que nos vuelve del revés y nos hace sentir como críos inexpertos.

¿Qué es lo que hace que esa sí, pero aquella no? Personalmente, creo que es una mezcla de cosas. Pienso que debe haber una parte poco romántica escrita en nuestros genes, y que tiene que ver con el instinto reproductor, básicamente. Pero creo que el resto, lo que realmente se disfruta, se va grabando en nuestra mente con el paso de los años, y va fabricando una especie de plantilla, algo que hace que no podamos evitar ponernos como un flan delante de esa persona y por el contrario no nos de ni frío ni calor mirar a otra.

Supongo que Freud tendría algo que decir al respecto del origen de esa plantilla o sobre qué elementos la forman o qué hechos la modifican. Yo, decididamente, sigo preguntándome por qué me gustan las morenas en vez de las rubias o por qué busco ciertas particularidades físicas que aparentemente no responden a ningún criterio racional. ¿Dónde se nos graba eso? ¿Por qué? ¿Tiene una explicación de esas que chafan todo tu romanticismo, o es que en realidad el destino quiere que acabes con ese tipo de mujer porque sabe que estás hecho para ella? Años llevo haciéndome esta pregunta; años sin encontrar la respuesta.

Un día te entra la vena racional y decides que todo esto son chorradas, y que lo mismo puedes pasar el resto de tus días con una rubia o una morena sin que ello signifique absolutamente nada. Otro día conoces a alguien que lo pone todo patas arriba y hace que tu cuerpo entero tiemble como nunca lo hizo. Después, te das cuenta de la realidad: nada de lo anterior importa: en algún sitio, en tu interior, hay un interruptor automático que hace "clic" y enciende todo tu cuerpo. Nadie tiene control sobre él para evitar que se active, al igual que nadie tiene control sobre él... para activarlo.

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lunes, 8 de octubre de 2007

Las edades del hombre V

Este será el único príncipe azul que encuentresTodos evolucionamos con el tiempo. Es como subir por la ladera de una montaña, despacito. La mayoría del tiempo miras hacia el suelo, decidiendo dónde pones los pies para no caer. A veces levantas la vista buscando el punto al que te has propuesto llegar, tu referencia. Incluso imaginas cómo será estar allí, aunque entiendes que sólo lo sabrás cuando llegues. Alguien te contó cómo es aquello allá arriba, pero lo que te cuenten no es comparable a verte allí, a vivirlo, a sentirlo. Quieres andar el camino, avanzar, llegar.

A veces, en el camino, te detienes, y haces algo que a todos nos viene extraordinariamente bien de vez en cuando: volver la vista atrás y comprobar cuánto hemos avanzado. Lo alto que estamos ya. Desde ahí, se ve todo pequeñito, allá a lo lejos.

No obstante, sucede algo más: ves gente subiendo por donde tu subiste; ves gente andar el camino que tu dejaste atrás. Los ves allí, lejos. Sabes qué camino seguirán, más o menos, hasta llegar a donde tu estás. Pero sabes que les queda mucho todavía. Que esa parte del camino es dura. Que si les adviertes de lo que hay donde tu estás, no harán caso, querrán elegir su propia ruta, como tu eliges la tuya para continuar subiendo. Por eso lo entiendes, y los respetas. Pero no puedes evitar sentir la distancia.

Hubo una época en que creía en el amor ideal, la mujer perfecta. Idealista como es uno, buscaba la perfección en mi compañera como el que busca una rara perla negra, dejando a un lado bellas perlas blancas. Luego vinieron los desengaños, los golpes y la cruda realidad: ni tu perla negra existe, ni si existiera la ibas a encontrar, y si la encontraras... tu no serías su perla negra. Al final, te acabas dando cuenta: eso no es lo que hay que buscar; la perfección no es lo importante.

Esta visión que me da la perspectiva de la altura (relativa, como todo), me separa de quien, allá abajo, no sabe que si sigue por ese camino, encontrará unos enormes zarzales en los que despertar de ese sueño de amor idealista. Pero claro, es la típica mala noticia que uno no quiere escuchar.

Hay quienes todavía creen en príncipes azules. No saben que... destiñen.

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domingo, 7 de octubre de 2007

Internet I

Este blog no lo hago yo soloRetomo mis aparcadas costumbres. Una de ellas, escribir sobre las cosas que pienso. Me hice una promesa, que ahora cumplo: escribir esta entrada. Dedicársela a la gente que se lo merece, desde este modesto pedestal frente a la nada y frente a todos.

Desde que conocí el fenómeno de los blogs me llamó mucho la atención la cantidad de gente que tiene cosas que decir. Unas más banales, otras más trascendentales. Gente que escribe, gente que cuenta. Gente que nos narra su historia, gente que crea. Gente que genera todo tipo de contenido, que en ocasiones interesa, o que pasa por aquí sin pena ni gloria. La Web 2.0, o internet por los propios internautas. Es curioso descubrir lo que puede haber detrás de alguien de quien nunca sospecharías que sabe escribir, que tiene imaginación, que siente por tres, o que simplemente tiene algo que decir y desea ser escuchado. Es esta una maravillosa oportunidad que la tecnología nos ha dado a todos para abrir esa ventana al mundo, y que nos vean, para bien o para mal.

Aunque creas, también observas. Miras al resto del mundo en su ventana. Lees, lees más, y después más. Empiezas a conocer gente por ahí. Gente que nunca has visto y a quien nunca verás, pero con la que quizá crearás cierto tipo de relación: les lees. Te gusta lo que lees, vuelves. Dialogas, cambias impresiones con ellos. Aparece un tenue lazo que nos une, aunque esté hecho sólo de cierta afinidad. No es lo mismo que con la gente que tienes cerca: amigos, compañeros de trabajo, vecinos. Con estos tienes mucha más relación. Una relación más cercana. ¿O...no?

Un día te encuentras en una de esas situaciones en las que nadie querría estar, y descubres, perplejo, la realidad: los que están cerca de ti no están tan cerca como tu creías, y aquellos con quienes sólo compartes un rato delante de una pantalla te regalan unas palabras de aliento, de esas sencillas y breves, pero que cobran más valor para ti que cualquiera otras, porque no las esperabas, porque han saltado la distancia y porque es justo lo que más aprecias descubrir en las malas épocas: un poco de empatía, un abrazo.

Esta entrada está dedicada a Horus, Artemis y Rain de Cruzada Oscura, a Lost Girl en su gótico santuario, y a todos los visitantes que, aún sin dejar comentarios, leen lo que uno escribe y piensan, sienten.

Reconforta saber que la gente que te lee es buena gente.


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martes, 14 de agosto de 2007

La muerte III

¿Por qué?"Es ley de vida", piensa uno, o te dicen, cuando alguien próximo a ti finaliza sus días. "Vivió feliz", "conoció a sus biznietos" o "estuvo rodeado de los suyos hasta el final", son frases que suelen sonar en los funerales de aquellos afortunados que han podido disfrutar de algunos de los grandes acontecimientos que un ser humano puede vivir.

Pero la muerte no siempre golpea donde esperamos; no siempre emplea nuestra lógica, una lógica basada en los sentimientos y en nuestra idea de lo que debe o no debe ser. La muerte golpea a veces donde más duele. ¿Qué sucede cuando se lleva a alguien que ni siquiera navega aún en su propio barco? ¿Qué pasa cuando esa "ley de vida" que se nos lleva cuando arrugados, se parte en mil pedazos? ¿Qué sucede cuando la lógica y la justicia parecen haberse ido juntas de vacaciones? ¿Qué sucede cuando los días que tocan a su fin sólo suman 16 años? ¿Cómo quedan esas familias, esos amigos?

Es difícil sólo imaginar lo que puede pasar por las mentes y los corazones de sus seres queridos cuando algo así sucede. Para alcanzar a entender sólo la milésima parte, no tenemos más que imaginar que hemos sido nosotros los que hemos sufrido esa pérdida, y a poca imaginación que tengamos, vislumbraremos esa sensación que se tiene al estar al pie de un abismo del que ni siquiera vemos el fondo. Pero imaginando no se puede llegar a sentir lo mismo, ni esa milésima parte. ¿Cómo imaginar lo que puede sentir alguien cuando le parten en dos? Sencillamente, no se puede.

Pensando qué música puede acompañar una entrada como ésta, la evidencia me golpea en la frente. Azul (Juliette Binoche, 1993) ejemplifica con imágenes, música y un color lo que puede sentir una persona cuando ve su vida partida en dos por la falta de lógica. Recomendable para todos aquellos que piensan y reflexionan. Imprescindible para los que escuchan y sienten.

La vida es un camino lleno de piedras.


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