Los cambios VII
Hace mucho, mucho tiempo que llevo explicando a todo aquel que quiera escuchar lo que es una empresa: "cosa hecha para ganar dinero". No una ONG, vamos. Aparte de eso, tiene una serie de características que comparten prácticamente todas las empresas, sobre todo las grandes: cuando su definición (ganar dinero) se ve en peligro, reajusta su configuración para adaptarse a las circunstancias ("recortes"). Y normalmente, los recortes conllevan en la mayoría de las veces reducción de plantilla.
Hay ciertas empresas que, por su naturaleza, pueden parecer tremendamente estables (y por lo tanto interesantes laboralmente) para mucha gente que no se para a pensar en la definición ni en cómo se adaptan a las circunstancias cuando sopla viento del norte en la economía. "Esta empresa es muy estable", dicen muy seguros de sí mismos.
Después de explicarles la definición de empresa, gastas un poco de tu tiempo en explicarles qué es un trabajador para una empresa: "un número". Ellos no están de acuerdo contigo, porque aplican el "principio de estabilidad", que no cuadra con que la empresa te considere un recurso totalmente prescindible. Les explicas también que ninguna empresa, grande o pequeña, estable o inestable, incluso estatal, se parará a pensar en ti, en tu circunstancia, en tu valía profesional, en tu trayectoria o en tu valor para la empresa cuando vengan las vacas flacas. Pero tampoco cogen el "conceto", porque llevan muchos años apoltronados en su silla poniendo la mano a fin de mes sin que nada cambie.
Pero un día las cosas cambian. Un día, sin que nadie (bueno, casi nadie) entienda muy bien por qué, unos caballeros en EE.UU. con muchos conocimientos sobre economía comienzan a dar hipotecas a gente que no puede pagarlas (subprime) y otros caballeros crean unos productos para el mercado de valores que se basan en esas hipotecas. La bola empieza a crecer, se internacionaliza, y unos pocos meses/años después tenemos al mundo entero sumido en una crisis económica como no había desde los años 20.
Le llega entonces el turno a las empresas de demostrar una vez más lo que son, y vaya si lo hacen. Más aún si cotizan en bolsa y se deben a sus accionistas. Así que empiezan a tomar medidas encaminadas a mantener en pie su definición, reajustando su configuración, como siempre. Como una medida más, y llámesele como quiera (ERE, reducción de plantilla, despidos selectivos, etc.), la empresa empieza a despedir gente. Y aquellos que se veían indefinidamente sentados en su cómodo sillón, empiezan a ver desaparecer el suelo bajo sus pies. Mientras esto ocurre, se preguntan asustados cómo es esto posible. Con lo que ellos le han dado a la empresa, todos estos años, con lo trabajadores que son y con el compromiso que han tenido siempre con ella. Han olvidado la definición, y cómo se hacen los ajustes.
Aviso (una vez más) para el que no lo supiera: una empresa no es una ONG. Su objetivo es ganar pasta. Si el tema está fastidiado despide gente. Y cuando empieza a despedir en masa, es como un tarado con una venda en los ojos disparando una recortada en la Puerta del Sol. Si te toca, te tocó. Y después ya no es momento de preguntarse "¿cómo es posible?".
Igual en mi siguiente entrada ya estoy en el paro.
Llevo 20 años conduciendo diferentes vehículos, y unos 35 cruzando calles por donde debía y por dónde no debía. Como persona observadora que soy, y dado que mientras esperas que un peatón cruce ante ti no puedes hacer otra cosa, he ido catalogando a los personajes que he visto cruzar, y los he agrupado en lo que pienso que son las clases de peatones a la hora de atravesar un paso de cebra:
Recuerdo una vez, hace muchos años. Alguien me hizo una comparación. En aquel momento me gustó, pero no le hice mucho caso. El objeto de la comparación era algo que yo tenía, y que nunca había perdido. Aquellos eran tiempos en los que todo nace, y mi corta comprensión de las cosas de la vida no me permitió entender la profundidad del consejo que me estaban ofreciendo.
La pregunta más repetida en lo que va de año: ¿y cuál es el color secreto? La respuesta evidente: "si te lo dijera dejaría de serlo". Es lo que siempre he pensado de los secretos, que sólo lo son si no se los dices a nadie. Hay gente que no lo entiende. Algunos, incluso se ofenden porque no se lo desvelas. No respetan el concepto.
Me he pasado al enemigo. Tantos años luchando, tantos años sufriendo... para esto. Qué pena. Si mi madre me viera.
Hoy ha sido el día de los enamorados. Kebonitto. Algo diferente se podía respirar en el ambiente. Al principio, esta mañana, no me he dado cuenta. He pasado toda la mañana pensando: "¿Qué pasa hoy, que todos mis compañeros de trabajo son taaan agradables conmigo? ¿Qué sucede hoy, que por todos lados oigo frases amables, recibo sonrisas, buenos gestos, expresiones agradables y piropos? ¿Qué les pasa hoy a todos, que hacen del trabajo un sitio tan maravilloso que se me hincha el pecho de la alegría que me da estar aquí? ¿Qué será, qué será?". Hasta después de comer no me he dado cuenta de que era 14 de febrero, San Valentín, día de los enamorados. "Claro, ahora caigo. Es por esto que se respira este ambiente de cordialidad, de cooperación, de buen rollito. Es por esto que todos rezuman amor por cada uno de sus poros". Qué tonto he sido, fíjate que no darme cuenta. Qué torpe.
Hoy ha sido otro día de esos en los que, como explico en
Es verdad que prácticamente no veo la tele, pero debe ser que lo poco que la veo basta para que algún comercial se quede grabado en mi subconsciente. Quizá sea por eso que anoche soñé que estaba en ese lugar tan curioso que aparece en un anuncio de automóviles, el lugar de las cosas que nunca hiciste.
Esa noche Marc estaba más pensativo de lo habitual. La mirada perdida en el fondo de su vaso de whiskey añejo y esa suave música de Brahms. Hace balance de lo que tiene, de lo que es. Repasa el debe y el haber. Sabe que hay tantas cosas en el debe que no encuentra importante su haber. Sabe dónde querría estar, dónde no está. Tan lejos se encuentra de su Shagri-la que la ve perdida. Cree que ya nunca podrá alcanzarla. La ve alejarse día tras día, como el puerto que deja atrás el barco que zarpa. Cada vez más pequeño, hasta que desaparece.
Es un ventoso día de otoño, y aunque ya empieza a hacer frío, Marc decide caminar. No tiene prisa, nadie le espera. Cierra su gabardina y alza el cuello para protegerse un poco mejor. En el fondo le gusta sentir el aire fresco en la cara, pero hoy está un poco despacible. Un gesto en su bolsillo y su MP3 comienza a sonar. Amaral le canta una canción que conoce perfectamente.
Es sábado por la tarde, y un hombre, ensimismado en sus pensamientos, avanza entre la ruidosa riada de gente que se desplaza por el túnel buscando su destino. Al fondo, en una esquina, un guitarrista finaliza una pieza. "Éste es bueno", piensa el viajero. Tras una breve pausa en la que se pregunta por qué alguien que toca tan bien la guitarra pide en el metro, comienza a tocar de nuevo. Suenan los primeros acordes de esa pieza que tantas veces escuchó hace años: Recuerdos de la Alhambra, de Tárrega.
Hace poco me comentaba un amigo del alma: "hay dos clases de motoristas: los que ya se han caido y los que se van a caer". Pretendía concienciarme ante lo que sin duda pasará. Esto iba al hilo de otra aseveración que me dejó igual de jodido: "la pregunta no es si te vas a caer o no; la pregunta es cuándo". "Con amigos como éste...", pensaréis. En realidad está todo bien. Quien bien te quiere te hará llorar, ya se sabe. Lo malo de esto es que te hace sabedor de que a partir de ahora existe una espada de Damocles sobre ti, y de que nadie te va a avisar de cuál será el día, para que te quedes en la cama.
Nunca me ha gustado especialmente la televisión; de hecho, rara vez la veo. Me parece una bazofia infumable, sobre todo los canales generalistas. Pero últimamente me estoy americanizando, y he descubierto que la única TV que se salva es la de pago. Hay algunos canales que merece la pena ver; algunos de vez en cuando y algunos continuamente. Entre los primeros, el que emite la serie que veo siempre que pillo: Sex and the city, o Sexo en Nueva York, el título que han decidido darle aquí.
Qué mal, esto de viajar. No por el viaje en sí, coger un avión e irte a donde sea, ni por el hecho de estar lejos de casa, en otro país, con otro idioma, otra gente, otras costumbres y otra forma de vida, sino por el hecho de volver.
Cuando quedo con mis amigos siempre acabamos hablando de los mismos temas. En concreto, el tema de las mujeres es un clásico (las mujeres también hablais de hombres, todos lo sabemos). Hablando de mujeres, es raro que no acabemos hablando de sexo. Y hoy no ha sido una excepción. Al final, el tema ha derivado hacia la frecuencia. Que cuántas veces es normal hacerlo al día (algun@ se preguntará si de verdad hay alguien que lo hace varias veces al día), o quizá a la semana. En qué momentos se hace o no se hace, y todo eso.
A veces me pregunto qué es lo que hace que alguien nos interese, nos guste, nos enamore. Qué es lo que hace saltar la chispa, qué es lo que sucede en nuestro interior que nos vuelve del revés y nos hace sentir como críos inexpertos.
Todos evolucionamos con el tiempo. Es como subir por la ladera de una montaña, despacito. La mayoría del tiempo miras hacia el suelo, decidiendo dónde pones los pies para no caer. A veces levantas la vista buscando el punto al que te has propuesto llegar, tu referencia. Incluso imaginas cómo será estar allí, aunque entiendes que sólo lo sabrás cuando llegues. Alguien te contó cómo es aquello allá arriba, pero lo que te cuenten no es comparable a verte allí, a vivirlo, a sentirlo. Quieres andar el camino, avanzar, llegar.
Retomo mis aparcadas costumbres. Una de ellas, escribir sobre las cosas que pienso. Me hice una promesa, que ahora cumplo: escribir esta entrada. Dedicársela a la gente que se lo merece, desde este modesto pedestal frente a la nada y frente a todos.
"Es ley de vida", piensa uno, o te dicen, cuando alguien próximo a ti finaliza sus días. "Vivió feliz", "conoció a sus biznietos" o "estuvo rodeado de los suyos hasta el final", son frases que suelen sonar en los funerales de aquellos afortunados que han podido disfrutar de algunos de los grandes acontecimientos que un ser humano puede vivir.