La música V
Es sábado por la tarde, y un hombre, ensimismado en sus pensamientos, avanza entre la ruidosa riada de gente que se desplaza por el túnel buscando su destino. Al fondo, en una esquina, un guitarrista finaliza una pieza. "Éste es bueno", piensa el viajero. Tras una breve pausa en la que se pregunta por qué alguien que toca tan bien la guitarra pide en el metro, comienza a tocar de nuevo. Suenan los primeros acordes de esa pieza que tantas veces escuchó hace años: Recuerdos de la Alhambra, de Tárrega.
Las notas de las seis cuerdas inundan el túnel. Un escalofrío le recorre el cuerpo de arriba a abajo. Con la mirada fija, todo comienza a desaparecer ante sus ojos: la gente, los carteles, las paredes. El bullicio de la gente se disipa y sólo parece sonar esa melodía arpegiada que se desplaza delicadamente hacia él y le envuelve. Un eco de la música que forma parte de su vida. Un pasado que aparece de repente de la mano de esa melodía, al que decide dejarse llevar por unos instantes.
Fue un tiempo en el que la vida era sencilla, no había preocupaciones ni obligaciones, y disfrutar de su infancia era lo único en lo que tenía que pensar mientras veía pasar los días. La música de una guitarra llenaba sus tardes, bordando aquella época con una tranquilidad que ya nunca le abandonaría.
Mientras pasa junto al músico, nota como sus ojos se estremecen con el recuerdo. Se aleja, y la fuerza de ese sentimiento se desvanece poco a poco, al igual que los arpegios que parecen juguetear saltando a su lado. Antes de doblar la esquina, vuelve la cabeza una última vez. Sólo ve, al fondo, una brillante luz blanca. En ella, su hermano mayor. Sentado en el sofá-cama de su habitación, toca la guitarra. Albéniz, Granados, Tárrega. Se ve él mismo, sentado en el suelo, jugando con aquellos cochecitos que tanto le gustaban, escuchándole. Hora tras hora.
Dobla la esquina y deja ir el recuerdo como aquel globo que se le escapó. Piensa en el tiempo que ha pasado. "28 años... vaya, parece que fue ayer". Mientras medita sobre el paso del tiempo, se pierde entre la gente. Mañana habrá otra melodía que despierte de nuevo esa mente llena de buenos recuerdos.
A mi hermano, que aunque a su manera, está ahí siempre que le necesito.
Hace poco me comentaba un amigo del alma: "hay dos clases de motoristas: los que ya se han caido y los que se van a caer". Pretendía concienciarme ante lo que sin duda pasará. Esto iba al hilo de otra aseveración que me dejó igual de jodido: "la pregunta no es si te vas a caer o no; la pregunta es cuándo". "Con amigos como éste...", pensaréis. En realidad está todo bien. Quien bien te quiere te hará llorar, ya se sabe. Lo malo de esto es que te hace sabedor de que a partir de ahora existe una espada de Damocles sobre ti, y de que nadie te va a avisar de cuál será el día, para que te quedes en la cama.
Nunca me ha gustado especialmente la televisión; de hecho, rara vez la veo. Me parece una bazofia infumable, sobre todo los canales generalistas. Pero últimamente me estoy americanizando, y he descubierto que la única TV que se salva es la de pago. Hay algunos canales que merece la pena ver; algunos de vez en cuando y algunos continuamente. Entre los primeros, el que emite la serie que veo siempre que pillo: Sex and the city, o Sexo en Nueva York, el título que han decidido darle aquí.
Qué mal, esto de viajar. No por el viaje en sí, coger un avión e irte a donde sea, ni por el hecho de estar lejos de casa, en otro país, con otro idioma, otra gente, otras costumbres y otra forma de vida, sino por el hecho de volver.
Cuando quedo con mis amigos siempre acabamos hablando de los mismos temas. En concreto, el tema de las mujeres es un clásico (las mujeres también hablais de hombres, todos lo sabemos). Hablando de mujeres, es raro que no acabemos hablando de sexo. Y hoy no ha sido una excepción. Al final, el tema ha derivado hacia la frecuencia. Que cuántas veces es normal hacerlo al día (algun@ se preguntará si de verdad hay alguien que lo hace varias veces al día), o quizá a la semana. En qué momentos se hace o no se hace, y todo eso.
A veces me pregunto qué es lo que hace que alguien nos interese, nos guste, nos enamore. Qué es lo que hace saltar la chispa, qué es lo que sucede en nuestro interior que nos vuelve del revés y nos hace sentir como críos inexpertos.
Todos evolucionamos con el tiempo. Es como subir por la ladera de una montaña, despacito. La mayoría del tiempo miras hacia el suelo, decidiendo dónde pones los pies para no caer. A veces levantas la vista buscando el punto al que te has propuesto llegar, tu referencia. Incluso imaginas cómo será estar allí, aunque entiendes que sólo lo sabrás cuando llegues. Alguien te contó cómo es aquello allá arriba, pero lo que te cuenten no es comparable a verte allí, a vivirlo, a sentirlo. Quieres andar el camino, avanzar, llegar.
Retomo mis aparcadas costumbres. Una de ellas, escribir sobre las cosas que pienso. Me hice una promesa, que ahora cumplo: escribir esta entrada. Dedicársela a la gente que se lo merece, desde este modesto pedestal frente a la nada y frente a todos.