domingo, 28 de octubre de 2007

La música V

Ahí están los recuerdosEs sábado por la tarde, y un hombre, ensimismado en sus pensamientos, avanza entre la ruidosa riada de gente que se desplaza por el túnel buscando su destino. Al fondo, en una esquina, un guitarrista finaliza una pieza. "Éste es bueno", piensa el viajero. Tras una breve pausa en la que se pregunta por qué alguien que toca tan bien la guitarra pide en el metro, comienza a tocar de nuevo. Suenan los primeros acordes de esa pieza que tantas veces escuchó hace años: Recuerdos de la Alhambra, de Tárrega.


Las notas de las seis cuerdas inundan el túnel. Un escalofrío le recorre el cuerpo de arriba a abajo. Con la mirada fija, todo comienza a desaparecer ante sus ojos: la gente, los carteles, las paredes. El bullicio de la gente se disipa y sólo parece sonar esa melodía arpegiada que se desplaza delicadamente hacia él y le envuelve. Un eco de la música que forma parte de su vida. Un pasado que aparece de repente de la mano de esa melodía, al que decide dejarse llevar por unos instantes.

Fue un tiempo en el que la vida era sencilla, no había preocupaciones ni obligaciones, y disfrutar de su infancia era lo único en lo que tenía que pensar mientras veía pasar los días. La música de una guitarra llenaba sus tardes, bordando aquella época con una tranquilidad que ya nunca le abandonaría.

Mientras pasa junto al músico, nota como sus ojos se estremecen con el recuerdo. Se aleja, y la fuerza de ese sentimiento se desvanece poco a poco, al igual que los arpegios que parecen juguetear saltando a su lado. Antes de doblar la esquina, vuelve la cabeza una última vez. Sólo ve, al fondo, una brillante luz blanca. En ella, su hermano mayor. Sentado en el sofá-cama de su habitación, toca la guitarra. Albéniz, Granados, Tárrega. Se ve él mismo, sentado en el suelo, jugando con aquellos cochecitos que tanto le gustaban, escuchándole. Hora tras hora.

Dobla la esquina y deja ir el recuerdo como aquel globo que se le escapó. Piensa en el tiempo que ha pasado. "28 años... vaya, parece que fue ayer". Mientras medita sobre el paso del tiempo, se pierde entre la gente. Mañana habrá otra melodía que despierte de nuevo esa mente llena de buenos recuerdos.

A mi hermano, que aunque a su manera, está ahí siempre que le necesito.

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Los cambios V

Éste me molaba, pero pesaba demasiadoHace poco me comentaba un amigo del alma: "hay dos clases de motoristas: los que ya se han caido y los que se van a caer". Pretendía concienciarme ante lo que sin duda pasará. Esto iba al hilo de otra aseveración que me dejó igual de jodido: "la pregunta no es si te vas a caer o no; la pregunta es cuándo". "Con amigos como éste...", pensaréis. En realidad está todo bien. Quien bien te quiere te hará llorar, ya se sabe. Lo malo de esto es que te hace sabedor de que a partir de ahora existe una espada de Damocles sobre ti, y de que nadie te va a avisar de cuál será el día, para que te quedes en la cama.

Un gran cambio, éste. Pasar de haber ido cómodamente sentado, calentito y protegido durante tantos años a viajar en un aparato que ni tiene calefacción ni airbag, y del que tú mismo eres la carrocería. Ah, sí, se acabaron los atascos y los problemas de aparcamiento.

Otro gran cambio del que espero no arrepentirme, y si me arrepiento, espero poder escribirlo. A los que tenéis coche, por favor... sed más respetuosos aún si cabe con los motoristas. Un pequeño toque puede significar una parte de nuestro cuerpo, o peor aún, nuestra vida.

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El amor IV

Sexo en Nueva YorkNunca me ha gustado especialmente la televisión; de hecho, rara vez la veo. Me parece una bazofia infumable, sobre todo los canales generalistas. Pero últimamente me estoy americanizando, y he descubierto que la única TV que se salva es la de pago. Hay algunos canales que merece la pena ver; algunos de vez en cuando y algunos continuamente. Entre los primeros, el que emite la serie que veo siempre que pillo: Sex and the city, o Sexo en Nueva York, el título que han decidido darle aquí.

La serie está protagonizada por cuatro amigas de taitantos que viven en Manhattan. Relata sus peripecias, crisis existenciales, sus pequeños y grandes triunfos y sus miserias. Sobre todo éstas. Cada una de las cuatro mujeres es diferente, y aún así comparten su amistad, cada una a su manera.

Casi todo lo que se cuenta en la serie está relacionado de alguna manera con los hombres y el sexo. Al ser cuatro mujeres muy distintas, cubren un amplio espectro de personalidades, estando reflejadas las más comunes que nos encontramos en la vida real. Creo que por eso me gusta esta serie, porque en cierto modo me veo reflejado en algunas de las situaciones que se relatan, ya que aunque algunas sean bastante previsibles, en general son auténticas.

Lo que no me parece tan bien es que ponen a todos los tíos a caer de un burro como si eso fuera la norma. Es cierto que si las cosas fueran más light la serie no tendría tanta audiencia, pero vamos, tampoco creo yo que sea para tanto. Es como si no supieran encontrar nada más que psicópatas, trastornados y tíos raros en general. El único consuelo para esto es que ellas tampoco son ninguna perita en dulce. Las cuatro distan bastante de lo que llamaríamos una mujer normal. Exigentes, maniáticas y envidiosas, van de relación en relación, de hombre en hombre sin encontrar nunca su media naranja. Mientras, se lo van contando frente a cafés, cenas o cervezas y se lo pasan estupendamente, aunque al final acaben durmiendo solas después de un nuevo fracaso.

En realidad, es la vida misma. A los treinta y tantos, a poco que te hayas movido por ahí, estás en una situación parecida a la de estas chicas. Buscas ese alguien que te haga levantar el vuelo para no volver a pisar tierra, y mientras tanto te mueves dando saltitos, pero no despegas. Te vuelves cada vez más especial y más egoista, aguantas cada vez menos y tu persona ideal es cada vez más una utopía y menos una realidad. Si te descuidas un poco y decides salirle al paso a tu destino, puedes incluso hacer tu propia serie.

Me parece entretenida, la verdad. En toda la parrilla, aparte de House, no hay muchas más series que se dejen ver, y muchas menos aún alguna con la que te puedas sentir en cierto modo identificado. Así que, especialmente si andais entre la treintena y la cuarentena, os la recomiendo efusivamente. Hasta puede que aprendais algo, como yo.

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domingo, 21 de octubre de 2007

La sociedad IV

Por ahí debería irme a vivirQué mal, esto de viajar. No por el viaje en sí, coger un avión e irte a donde sea, ni por el hecho de estar lejos de casa, en otro país, con otro idioma, otra gente, otras costumbres y otra forma de vida, sino por el hecho de volver.

Hay paises que simplemente visitas; conoces un poco a la gente, te empapas todo lo que puedes de lo que ves, haces unas fotos y a casa. Pero hay una serie de sitios en los que descubres cosas que verdaderamente te encantan. Te das cuenta de que eso es infinitamente mejor que lo que tu tienes, porque claro, que levante el dedo el que es capaz de resistir la tentación de comparar con lo suyo cuando sale por ahí. Es en estos momentos cuando aparece esa media sonrisa mientras piensas "vaya... yo creía que España era el mejor sitio del mundo para vivir". No quiero decir con esto que no piense que lo sea, sino que a veces encuentras una serie de cosas, formas de pensar en las personas, costumbres y formas de vida, entornos, qué sé yo, que despiertan envidia (sana, claro) en ti. Te gustaría poder disfrutar de "eso" todos los días. Después vuelves a casa, y a todas tus realidades cotidianas. Aquí no hay de aquello, ni lo va a haber en muchos años.

Lo peor no es sentir un poco de envidia de vez en cuando, ya que es bastante sano y nos permite recordar que no somos el ombligo del mundo. Lo peor es volver del país X y pensar "yo tendría que vivir allí. Seguro que tendría todo lo que necesito y que encontraría todo lo que busco". De ahí lo de "qué mal, esto de viajar". Qué mal encontrar países en los que te gustaría vivir. Sobre todo si piensas mucho en las cosas y tienes total libertad de movimientos.

El próximo viaje, a Burkina Faso.

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sábado, 20 de octubre de 2007

El sexo II

Tomaos algo si pasais por allíHoy va de oportunidades. Va de actitudes, de ondas, de miradas y de sonrisas. Del tiempo que pasa, de cómo se siente uno en diferentes paises. De lo diferente de las sociedades, del frío y del calor, de las edades del hombre. Del sí y del no, y del por qué no.

A veces tienes sed. La Ley de Murphy dice que en ese momento no tendrás agua cerca. Otras veces, sin entender muy bien por qué, también sientes sed, pero todo es diferente. En estas otras, simplemente sabes que vas a encontrar agua en breve, muy pronto. Te sientes zahorí, y sólo has de saber mirar a tu alrededor para hallarla. No sabes explicarlo, pero sucede. Es como mágico. De repente, sólo tienes que alargar la mano y coger lo que deseas.

Pero no la alargas. No, no lo haces. Y te pasas el resto de la noche haciéndote preguntas que ya no tienen contestación. Has abandonado el sencillo proceso "tengo sed, bebo" justo antes de tomar el vaso. Agua cristalina, limpia, fresca. Lo que tu necesitas. Pero simplemente, no la tomas. ¿Por qué?

La vida está llena de preguntas sin respuesta y de oportunidades perdidas.

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domingo, 14 de octubre de 2007

El sexo I

Aquí, negociandoCuando quedo con mis amigos siempre acabamos hablando de los mismos temas. En concreto, el tema de las mujeres es un clásico (las mujeres también hablais de hombres, todos lo sabemos). Hablando de mujeres, es raro que no acabemos hablando de sexo. Y hoy no ha sido una excepción. Al final, el tema ha derivado hacia la frecuencia. Que cuántas veces es normal hacerlo al día (algun@ se preguntará si de verdad hay alguien que lo hace varias veces al día), o quizá a la semana. En qué momentos se hace o no se hace, y todo eso.

Después del intercambio de ideas y de confesiones de rigor, acabamos acordando que lo jodido no es hacerlo más o menos; lo verdaderamente jodido es la diferencia de ganas, cuando a uno le apetece más a menudo que a otro: a uno le apetece un par de veces al mes como mucho, al otro le apetecería varias veces a la semana. Uno tiene bastante para tres o cuatro días con cada intercambio de fluidos y al otro le gustaría intercambiarlos a diario. El problema aparece si los dos miembros de la pareja están desfasados. No importa quién ni cuánto. A uno le apetece más que al otro.

Y es que en esto del sexo no hay reglas; es lo que a cada uno le apetece, y no es cosa que se debiera hacer simplemente por contentar al otro. Además, ninguna postura ni gusto es censurable. Si te apetece menos, bien; si te apetece mucho, pues también. Que no es malo, vamos. Lo único malo es que, al cabo del tiempo, conlleva incomodidad y agobio para la persona con menos necesidad, y frustración, desazón (evidentemente) e insatisfacción para la persona que necesita más. Esto deriva en otros problemas en las parejas, en los que no entraré ahora. Pero que suele ser fuente de problemas, está claro.

Hace algún tiempo, en un curso de trabajo en grupo, conocí a una profesora que consideraba el sexo como una necesidad básica del cuerpo humano, equiparable al comer o al dormir. Sin estar del todo de acuerdo, me interesó mucho su forma de pensar (mucho mucho); el resto de la gente no lo consideraba una necesidad básica por el simple hecho de que se puede estar años sin sexo (¿de verdad se puede?), pero no años sin comer o sin dormir. Sí, es correcto, pero nadie puede negar tampoco la vital importancia que tiene en casi todas las parejas, por no hablar de lo importante que ha sido a lo largo de la historia de todas las civilizaciones... Bueno, mejor no complicarlo.

Al final, es difícil coincidir en esto con tu pareja, lo mismo que es difícil coincidir en la frecuencia con la que hay que visitar a la suegra o el lugar al que hay que ir de vacaciones en verano; coincidir es difícil en general. Eso sí: recomiendo personalmente que busquéis esa coincidencia con vuestras parejas, porque cuando coincide... el séptimo cielo queda abajo, en comparación.

Dos velitas a la Virgen de la Coincidencia.


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sábado, 13 de octubre de 2007

El amor III

¿Y si fuera ella?A veces me pregunto qué es lo que hace que alguien nos interese, nos guste, nos enamore. Qué es lo que hace saltar la chispa, qué es lo que sucede en nuestro interior que nos vuelve del revés y nos hace sentir como críos inexpertos.

¿Qué es lo que hace que esa sí, pero aquella no? Personalmente, creo que es una mezcla de cosas. Pienso que debe haber una parte poco romántica escrita en nuestros genes, y que tiene que ver con el instinto reproductor, básicamente. Pero creo que el resto, lo que realmente se disfruta, se va grabando en nuestra mente con el paso de los años, y va fabricando una especie de plantilla, algo que hace que no podamos evitar ponernos como un flan delante de esa persona y por el contrario no nos de ni frío ni calor mirar a otra.

Supongo que Freud tendría algo que decir al respecto del origen de esa plantilla o sobre qué elementos la forman o qué hechos la modifican. Yo, decididamente, sigo preguntándome por qué me gustan las morenas en vez de las rubias o por qué busco ciertas particularidades físicas que aparentemente no responden a ningún criterio racional. ¿Dónde se nos graba eso? ¿Por qué? ¿Tiene una explicación de esas que chafan todo tu romanticismo, o es que en realidad el destino quiere que acabes con ese tipo de mujer porque sabe que estás hecho para ella? Años llevo haciéndome esta pregunta; años sin encontrar la respuesta.

Un día te entra la vena racional y decides que todo esto son chorradas, y que lo mismo puedes pasar el resto de tus días con una rubia o una morena sin que ello signifique absolutamente nada. Otro día conoces a alguien que lo pone todo patas arriba y hace que tu cuerpo entero tiemble como nunca lo hizo. Después, te das cuenta de la realidad: nada de lo anterior importa: en algún sitio, en tu interior, hay un interruptor automático que hace "clic" y enciende todo tu cuerpo. Nadie tiene control sobre él para evitar que se active, al igual que nadie tiene control sobre él... para activarlo.

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lunes, 8 de octubre de 2007

Las edades del hombre V

Este será el único príncipe azul que encuentresTodos evolucionamos con el tiempo. Es como subir por la ladera de una montaña, despacito. La mayoría del tiempo miras hacia el suelo, decidiendo dónde pones los pies para no caer. A veces levantas la vista buscando el punto al que te has propuesto llegar, tu referencia. Incluso imaginas cómo será estar allí, aunque entiendes que sólo lo sabrás cuando llegues. Alguien te contó cómo es aquello allá arriba, pero lo que te cuenten no es comparable a verte allí, a vivirlo, a sentirlo. Quieres andar el camino, avanzar, llegar.

A veces, en el camino, te detienes, y haces algo que a todos nos viene extraordinariamente bien de vez en cuando: volver la vista atrás y comprobar cuánto hemos avanzado. Lo alto que estamos ya. Desde ahí, se ve todo pequeñito, allá a lo lejos.

No obstante, sucede algo más: ves gente subiendo por donde tu subiste; ves gente andar el camino que tu dejaste atrás. Los ves allí, lejos. Sabes qué camino seguirán, más o menos, hasta llegar a donde tu estás. Pero sabes que les queda mucho todavía. Que esa parte del camino es dura. Que si les adviertes de lo que hay donde tu estás, no harán caso, querrán elegir su propia ruta, como tu eliges la tuya para continuar subiendo. Por eso lo entiendes, y los respetas. Pero no puedes evitar sentir la distancia.

Hubo una época en que creía en el amor ideal, la mujer perfecta. Idealista como es uno, buscaba la perfección en mi compañera como el que busca una rara perla negra, dejando a un lado bellas perlas blancas. Luego vinieron los desengaños, los golpes y la cruda realidad: ni tu perla negra existe, ni si existiera la ibas a encontrar, y si la encontraras... tu no serías su perla negra. Al final, te acabas dando cuenta: eso no es lo que hay que buscar; la perfección no es lo importante.

Esta visión que me da la perspectiva de la altura (relativa, como todo), me separa de quien, allá abajo, no sabe que si sigue por ese camino, encontrará unos enormes zarzales en los que despertar de ese sueño de amor idealista. Pero claro, es la típica mala noticia que uno no quiere escuchar.

Hay quienes todavía creen en príncipes azules. No saben que... destiñen.

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domingo, 7 de octubre de 2007

Internet I

Este blog no lo hago yo soloRetomo mis aparcadas costumbres. Una de ellas, escribir sobre las cosas que pienso. Me hice una promesa, que ahora cumplo: escribir esta entrada. Dedicársela a la gente que se lo merece, desde este modesto pedestal frente a la nada y frente a todos.

Desde que conocí el fenómeno de los blogs me llamó mucho la atención la cantidad de gente que tiene cosas que decir. Unas más banales, otras más trascendentales. Gente que escribe, gente que cuenta. Gente que nos narra su historia, gente que crea. Gente que genera todo tipo de contenido, que en ocasiones interesa, o que pasa por aquí sin pena ni gloria. La Web 2.0, o internet por los propios internautas. Es curioso descubrir lo que puede haber detrás de alguien de quien nunca sospecharías que sabe escribir, que tiene imaginación, que siente por tres, o que simplemente tiene algo que decir y desea ser escuchado. Es esta una maravillosa oportunidad que la tecnología nos ha dado a todos para abrir esa ventana al mundo, y que nos vean, para bien o para mal.

Aunque creas, también observas. Miras al resto del mundo en su ventana. Lees, lees más, y después más. Empiezas a conocer gente por ahí. Gente que nunca has visto y a quien nunca verás, pero con la que quizá crearás cierto tipo de relación: les lees. Te gusta lo que lees, vuelves. Dialogas, cambias impresiones con ellos. Aparece un tenue lazo que nos une, aunque esté hecho sólo de cierta afinidad. No es lo mismo que con la gente que tienes cerca: amigos, compañeros de trabajo, vecinos. Con estos tienes mucha más relación. Una relación más cercana. ¿O...no?

Un día te encuentras en una de esas situaciones en las que nadie querría estar, y descubres, perplejo, la realidad: los que están cerca de ti no están tan cerca como tu creías, y aquellos con quienes sólo compartes un rato delante de una pantalla te regalan unas palabras de aliento, de esas sencillas y breves, pero que cobran más valor para ti que cualquiera otras, porque no las esperabas, porque han saltado la distancia y porque es justo lo que más aprecias descubrir en las malas épocas: un poco de empatía, un abrazo.

Esta entrada está dedicada a Horus, Artemis y Rain de Cruzada Oscura, a Lost Girl en su gótico santuario, y a todos los visitantes que, aún sin dejar comentarios, leen lo que uno escribe y piensan, sienten.

Reconforta saber que la gente que te lee es buena gente.


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