sábado, 24 de febrero de 2007

El amor I

¿Amor o necesidad?Fina es la línea que separa el amor de la necesidad. "When I was young, I never needed anyone", nos canta Eric Carmen. Efectivamente, cuando somos jóvenes, la balanza entre el amor y la necesidad está totalmente desequilibrada a favor del amor. La necesidad no está entre los parámetros de los jóvenes, salvo raras excepciones (sólo conozco un caso). Pero las cosas cambian con la edad. Cada vez nos movemos menos, salimos menos, y nos es más difícil conocer gente y entablar relaciones, por lo que los períodos de soledad (si existen) se van haciendo cada vez más largos. Esto, junto a ciertos temas relativos al arroz, se ponen en el otro lado de la balanza. También, con la edad, se va apagando esa necesidad de sentir amor en su vertiente más fogosa, pasional y visceral, y otras necesidades ligeramente diferentes van tomando protagonismo: la de sentirnos queridos, la de tener cariño a nuestro alrededor, la de contar con alguien a tu lado.

Querer a alguien no es lo mismo que necesitar a alguien. Hay gente que no sabe estar sola, que no puede vivir sola. Estar solo es fácil de decir, pero muy difícil de soportar. Las personas que necesitan a alguien a su lado no conciben la vida sin su pareja, no son capaces de imaginar cómo vivirían sin alguien junto a ellas. Este fenómeno es curioso de ver, pero existe, incluso en jóvenes. Hay personas que necesitan tener a alguien que esté pendiente de ellas, sólo para sentirse bien. La componente egoísta de estos perfiles es enorme, y ni siquiera conciben que tengan ningún tipo de problema.

Leaving Las Vegas (Nicolas Cage, Elizabeth Shue, 1995) dibuja a la perfección esta línea de la que hablo. Sera (la buscona) se enamora (¿necesita?) de Ben, el alcohólico. Él la trata bien, la respeta, seguramente más de lo que nadie lo hizo nunca. Ella le quiere, le necesita. No quiere estar sola. Él es la única persona que ha demostrado sentimientos por ella, quitando su chulo, que no parecía apreciarla mucho. Ella tiene necesidad de tener alguien a su lado. Es también esta necesidad la que mantiene "unidas" a muchas parejas, que ven cómo su relación se ha ido al traste hace tiempo, pero que no quieren dejarla atrás por esta razón. Tantos años teniendo, para dejar de tener casi de golpe... Verdaderamente duro.

Es algo para plantearse, cuando conoces a alguien nuevo. Se mete en tu vida y de repente, ahí está. ¿La quieres? ¿O...la necesitas? No estaría mal que nos hiciéramos esta pregunta al poco de comenzar con alguien. Nos ahorraríamos muchos disgustos futuros...

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Curiosidades II

Cántate algo, no te privesAcabo de descubrir algo que merece la pena en Windows Vista: el software de reconocimiento de voz. Con este software, mediante la voz, podemos escribir texto, controlar las ventanas, movernos de una aplicación a otra, pulsar botones, navegar por internet, abrir y cerrar programas, realizar búsquedas, e incluso manejar el ratón.

Este sistema requiere un poco de entrenamiento, pero la herramienta dispone de un tutorial que, a la vez que nos enseña cómo funciona, irá aprendiendo cómo pronunciamos, nuestro tono de voz, etc. y nos permitirá comenzar a utilizar la voz en cuanto finalicemos. Conviene empezar realizando este tutorial, ya que descubriremos que algunas operaciones no son tan intuitivas.

La navegación por internet es bastante cómoda, ya que basta con decir el texto del link que queremos seguir para activar el hiperenlace. La navegación por ventanas o carpetas también, ya que allá donde haya un texto, podemos pulsar con la voz.

El sistema de reconocimiento de voz dispone de otra opción que facilita mucho su uso: en caso de que veamos que este software no acierta, disponemos de la opción de decir "mostrar números", lo que identificará con un número cada zona susceptible de ser pulsada. Esto nos salvará de muchos contratiempos.

No hay que explicar lo cómodo que resulta dictar los textos en vez de escribirlos; los cuatro primero párrafos de esta entrada del blog han sido escritos mediante la voz. Lo malo es que de vez en cuando reconoce mal una palabra, y salta a otra parte del navegador que no es el editor de texto en el que estamos escribiendo. Cuando esto sucede, ya no sabe volver, y no podemos seguir dictando, ni aunque hagamos clic manualmente en la zona de texto. A partir de que se vaya de la zona de edición de texto, el reconocedor creerá que cualquier cosa que digamos se refiere a alguna zona de la ventana, y no escribirá lo que decimos. Quizá haya una manera de decirle que queremos seguir dictando texto, pero yo no la he encontrado todavía.

Este sistema de reconocimiento de voz puede ser muy útil aunque no tengamos problemas de accesibilidad, por lo que os recomiendo que si os instaláis Vista, lo probéis. El consumo de recursos del reconocedor es alto por razones evidentes, pero si dictamos frases de 5 ó 6 palabras cada vez (este es mi caso, en el vuestro dependerá de la potencia de vuestro equipo), las reconoce perfectamente.

Una funcionalidad más incluida en el sistema operativo, otras empresas de software que empezarán a perder sus ingresos y a desaparecer.

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viernes, 23 de febrero de 2007

Las edades del hombre I

Todos somos más o menos igualesEs curioso ver cómo cambiamos con el tiempo. Cómo evolucionamos. Cómo eso que creíamos un principio fundamental de nuestra personalidad, se ajusta, se moldea, cambia... y a veces incluso desaparece. Sí, las cosas cambian; las personas también. No lo sabemos hasta que nos pasa la primera vez. "Yo soy así, y no cambiaré" es una frase de quien no ha vivido lo suficiente. Al que ha vivido, la propia vida se ha encargado de hacerle ver cuán equivocado estaba.

Cuando tenía titantos veía a las chicas de taitantos como mujeres mayores. Lo del bolso me asustaba. Cuando me acercaba a los 30 fui entendiendo que lo del bolso no quería decir que sólo pensaran en casarse o en sus hijos. Y ahora, año tras año, me doy cuenta de que da lo mismo la edad. Somos más o menos las mismas personas, con matices, pero los mismos. Solo que más mayores. Todo aquel a quien preguntes, te dirá lo mismo: "yo me veo básicamente igual que cuando tenía 10 ó 15 años menos". Todos nos vemos más o menos igual. Son sólo los ojos de los demás los que nos ven mayores. Todos tenemos esa extraña sensación a veces, cuando alguien 7 u 8 años menor que tú dice de hacer algo, y te mira como pensando "a ver éste, que como está mayor, no le apetecerá". Tú lo notas y piensas "joer, chaval, que yo soy exactamente igual que tú, sólo que nací 6 años antes..."

¿Quién no ha tenido nunca esa sensación?

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lunes, 19 de febrero de 2007

Curiosidades I

Ábrete...a los que te rodeanMe llama mucho la atención la facilidad con la que la gente airea en los blogs sus más íntimos sentimientos, pero luego no es capaz de contárselos a la persona que más cerca tiene. A veces esa persona es su pareja, a veces es un amig@...pero no. Prefieren contárselo a todo el mundo en un blog, y por escrito. ¿Cuál es la razón? ¿La distancia? ¿Que no estás mirando a los ojos a la persona a la que se lo cuentas? ¿La naturaleza asíncrona de esa comunicación? No lo sé, pero me parece triste. Luego nos quejamos todos de que no tenemos con quién hablar, que a nadie le importa lo que tenemos que decir, que la gente no escucha... y para empezar, somos nosotros mismos los que no nos abrimos a contarle en persona a la gente lo que tenemos dentro. Luego que si soledades (jaja), que si nadie me quiere, que si tal o que si cual. Empecemos a luchar contra esa falta de comunicación por nosotros mismos, y hablemos con la gente, comuniquémonos. No es tan difícil. A no ser...

...que tengas un problema. Supongo que sí, que hay gente que lo tiene. Me refiero a un problema psicológico, relativo a su capacidad para comunicarse con el resto de seres humanos. Yo conozco a una persona así. No podía hacerlo. Prefería escribir un correo de 7 páginas antes que decir lo que fuera en directo. Curioso de entender, sobre todo para alguien que le encanta pasar horas conversando con los amigos. Pero así es. Es un problema realmente importante, y la persona que lo sufre no puede superarlo sin ayuda. No obstante, es difícil que teniendo un problema así, reconozcas que debes tratarlo con un profesional, ya que afecta radicalmente a la manera en la que te relacionas con el resto de seres humanos, y no hablo sólo de los compañeros de trabajo, vecinos o conocidos. Hablo también de tu familia, amigos íntimos y/o pareja.

Pero me resisto a creer que tod@s l@s que tienden su ropa interior en un blog tengan este problema.

Sí, yo también escribo en un blog. Pero escribo lo mismo que comento con mis colegas delante de una cerveza... por cierto, me deben una.

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domingo, 18 de febrero de 2007

La soledad IV

No pidas...Me hacen gracia los comentarios de mis amigos, de vez en cuando, envidiando mi situación actual, desde su encadenamiento voluntario. Está claro que siempre deseamos lo que no tenemos. Ninguno de ellos ve la parte mala, sólo la buena. Querrían nadar y guardar la ropa, tener una maravillosa relación estable y aún así mantener su independencia, su libertad; querrían no tener que rendir cuentas a nadie ni dar nunca explicaciones. Pero todas estos deseos que formulan con la boquita pequeña se les olvidan cuando viene ella y les da un beso sin porqué, cuando preparan juntos la cena y charlan después delante de un café. Ya no se acuerdan cuando se acuestan juntos por la noche, se abrazan y cuando sienten su calor por la mañana. No se acuerdan cuando se ponen malos, y el otro les cuida. No se acuerdan cuando tienen a alguien con quien contar, alguien en quien apoyarse. No se acuerdan cuando vuelven a casa.

No se puede tener todo.

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La soledad III

Todos los días igualHoy es un día como cualquier otro. No se diferencia nada de todos los últimos días. Más de lo mismo. No hay ninguna variación. Tengo tan pocas ganas de hacer las cosas que tengo que hacer como cualquiera de las últimas semanas. La situación se repite. Una y otra vez. Sé que sólo yo puedo cambiarla, pero simplemente, no me apetece. Prefiero ver pasar el tiempo. Estar tranquilo. Sin agobios, sin prisas. Sé que dentro de poco algo cambiará, y empezaré a coger el ritmito. De momento sólo me preocupo de sobrevivir, y mantener al día las actividades que permiten a todo ser humano llevar una vida normal. Todo ese otro conjunto de cosas que uno hace con toda la ilusión cuando las comparte con otr@, están en fila, esperando que les toque su turno cuando haga acopio de determinación. Ese momento no ha llegado todavía, así que...

Tengo unas cuantas cosas que hacer en casa; como todo aquel que se ha mudado hace poco. Pero como lo básico está cubierto, no apetece andar con complicaciones. La motivación empieza siempre en uno mismo, me dijeron no hace mucho en un curso. Sí, puede ser. Lo malo es que la desmotivación te rodee por doquier. Entonces se hace difícil hacerte el héroe.

A veces pienso que no quiero terminar de preparar mi cobacha por tener algún plan, algo que hacer, algo interesante y necesario para mi vida. Cuando todo esté terminado, todo a mi gusto y completamente equipado, sólo tendré que vivir. Que continuar viviendo. Y temo que la realidad me aplaste en ese momento. Temo no tener nada más en qué pensar, y ponerme a pensar en cómo es mi vida, dónde estoy, dónde quería haber estado, y lo lejos que están estas dos últimas cosas. Temo empezar a plantearme cómo será el resto de mi vida, y temo comenzar a estar a gusto y tranquilo en mi situación actual, porque eso dificultará más y más el mantenerme abierto a lo que venga, e irá cerrando mi puerta a encontrar a alguien con quien recorrer el camino.

Conozco el modo, sí. Sé que debo ponerme objetivos. Los tengo, de hecho. Hay unas cuantas cosas que quiero hacer a corto-medio plazo. Pero mientras en otras épocas esto ha sido un acicate, un punto de referencia en el horizonte a donde dirigirte, ahora no dejan de ser ideas, cosas que sé que haré, pero que no me motivan. Busco, quiero encontrar esa motivación, y no la encuentro. Veo pasar el tiempo. Veo más canas cada día, pero poca variación.

Lo único bueno es que sé que esto cambiará, estoy convencido. Sólo necesito... algo. El catalizador.

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sábado, 17 de febrero de 2007

La felicidad I

La felicidad, efímeraHace poco lo hablaba con mi jefe. Él opinaba que la idea de la felicidad que tenemos cada uno depende básicamente de lo poco o mucho con lo que nos contentemos. Bueno, es una sencilla manera de verlo. Lo inconformista, o ambicioso que seas, puede determinar en buena medida la probabilidad de que la alcances. No obstante, pienso que en esta sociedad no está pensada para que seamos felices, sino para que nos pasemos la vida persiguiendo la felicidad. Pero para empezar, deberíamos puntualizar de qué felicidad estamos hablando.

Yo me refiero a la felicidad con mayúsculas, a ese sentimiento que nos hace sentir realizados, completos. Y voy más encaminado hacia la felicidad en el amor, no a la genérica. Hablo de esa que te llena cuando piensas que has encontrado a tu media naranja.

Y la verdad, para mí, definirla es extremadamente sencillo, desde el momento en el que la alcancé. Sí, podría decir que sé lo que es. Es un sentiemiento bien simple, una vez que lo conoces. Para mí, alcanzarla significó llegar al punto más alto al que nunca llegué. Y al que nunca llegaré, pienso. Se tradujo simplemente en una frase: me daría igual morir mañana. Si me lo hubieran dicho en ese momento, que al día siguiente me iba a atropellar un camión, no huiera quitado la sonrisa de mi boca. No me hubiera hecho sentir menos realizado, ni hubiera provocado en mi ningún sentimiento de pérdida. Simplemente, hubiera dado por buena cualquier cosa que pasara en adelante, habiendo vivido ese momento. Sé que en ese momento sentí algo que jamás he vuelto a sentir, y que no sé si se dará de nuevo. Por lo menos, no creo que se de del mismo modo.

Pero todo lo que empieza, acaba. La felicidad completa no puede durar. Se deshizo como suele pasar, del modo más sangrante, gota a gota, hasta que no quedó nada, hasta que se secó. Murió de inanición. Mis manos taparon mis ojos durante muchos meses, intentando averiguar los porqués. Pero no hay que planteárselo tanto. Son cosas que pasan.

Qué curioso... qué tremendamente creativos son estados tan dispares como la felicidad completa y la ausencia total de ella. Por lo menos para mí lo fueron. Lo son. Aunque los frutos de esta creatividad son significativamente diferentes. En el primer caso son radiantes, alegres, llenos de luz y de energía. En el segundo, oscuros, tristes, melancólicos y pesimistas, aunque no por ello menos bellos. No sé qué parte del cerebro alberga la creatividad, pero está claro que está afecta por los estados de ánimo extremos. Los sentimientos poderosos, en positivo o en negativo, son generadores de energía creativa.

Pero hablaba de la felicidad...¿o era del amor? Se pueden llegar a confundir, a veces. A través del uno podemos llegar a la otra.

¿Podemos vivir sin encontrar la felicidad? ¿Podemos vivir... sin amor?

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domingo, 11 de febrero de 2007

La soledad II

Así se siente uno a vecesEsta soledad voluntaria me está afectando más que en alguna otra ocasión. La situación es diferente, claro. Muy diferente. Lo que hace la edad.

Afronto esta soledad de otra manera muy diferente. Con prudencia. Con todo el ánimo que puedo. Despacio, pasito a pasito, sin armar ruido. Y, para mi sorpresa, con la terrible sensación de que va a ser una soledad muy larga. Me estoy pertrechando para esta batalla como el que sabe que el asedio será largo, duro. Cuanto más andamos por la vida y más experiencia acumulamos, más fácil nos es ver ciertas cosas. Más rápido las entendemos porque las hemos visto antes, y más inmediata es nuestra respuesta, porque ya sabemos a dónde lleva un camino, y a dónde lleva otro; ya estuvimos en uno de los dos. “La próxima, escogeré el otro camino“. O quizá “he escogido bien, la próxima haré lo mismo”.

Qué duro es tener experiencia en una serie de cosas. En cuestión de amores, es durísimo. Haber perdido la inocencia, y en una serie de aspectos la ilusión, es realmente triste. Antiguamente moneabas mucho, te ilusionabas, y descubrías un tiempo después que no, que eso no era lo tuyo. Ahora ya sabes qué no funcionará, a los 5 minutos. “Mejor, menos tiempo desperdiciado”, podréis decir. Sí, quizá. Pero es tremendamente triste. Sobre todo si la mayoría de las candidatas que conoces se quedan en ese primer descarte. Es por esto que uno coge provisiones de sobra para el viaje. Veo que será largo. Encontrar a alguien que pase todos los filtros que todos nos vamos poniendo con los años es cada vez más difícil, por no decir que puede ser imposible. Por no perder la ilusión, vamos, en que algún día encontrarás a alguien como tú quieres.

¿Es normal ir perdiendo la esperanza? ¿Nos pasa a todos? ¿Es normal no conformarse con cualquier cosa, sino sólo con lo que sabes que quizá funcione? ¿Es normal, pasados los 30, querer esperar al tranvía que te llevará a donde tú quieres ir, en vez de pillar el primero que pasa? Sinceramente, creo que no. A ciertas edades, uno ya no está para andar perdiendo el tiempo en experimentos de dudoso resultado. Va a ser que no.

Es curiosa la sensación que te invade cuando calibras seriamente la posibilidad de estar solo por los restos. Mil sensaciones recorren tu cuerpo, y ninguna es especialmente agradable. La sensación de desperdicio es una de las peores. Tanto que dar y nadie a quien dárselo… Tanto y tanto. ¿A dónde van los abrazos que no das? leí hace no mucho tiempo en algún sitio. Uno tiene la misma sensación que cuando, en el pueblo, veía llegar más y más agua al pilón, y rebosaba, perdiéndose, porque nadie había abierto el desagüe. Y a nadie le importaba. “Debe ser que aquí les sobra el agua“. Debe ser que aquí sobran otra serie de cosas. Pero luego no, no es así. Oyes las noticias, oyes hablar a la gente por la calle, en el metro, y siempre oyes lo mismo. Lo sola que está la gente, lo poco que folla (una pata banco, pero es que lo oigo mogollón) y lo que le gustaría tal o cual cosa. Meditando sobre ello, siempre llegas a la misma conclusión: aquí hay algo que no funciona…


Conclusión
Bah, tío, no seas exagerado. Ya aparecerá”. La frase del año. Me la sé de memoria. Estoy de acuerdo, aparecerá. Sólo espero estar aquí para cuando eso ocurra, y que no me pase como a Ana en Naturaleza muerta.

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sábado, 10 de febrero de 2007

La incertidumbre I

¿Qué habrá ahí delante?Vivimos tiempos de continuo cambio. La economía, la tecnología y muchas otras cosas que nos afectan directamente evolucionan a una velocidad de vértigo. Las empresas, a las que afectan estos dos factores mucho más que a las personas individualmente, sufren las consecuencias de esta era de cambios. Las cosas cada vez se mueven más deprisa, los mercados se globalizan y millones de potenciales clientes pasan ante las puertas de todas ellas, sin detenerse y entrar nada más que en las que se han subido al carro del cambio y la adaptación como medio para sobrevivir. El resto, tarde o temprano, sucumbirán.


En este escenario, cada uno vive como puede. Depende de cómo somos. Gran parte de nuestra adaptación dependerá de lo abiertos de mente que seamos. El tener una mente abierta es bueno para todo, pero para esta situación es más que necesario. La gente de mente abierta no tiene límites, no le asustan los cambios. Cuando vuela del nido no dice "un piso cerca de mamá, para no estar lejos". Ni "aquí en Madrid, que no conozco nada más". Dice "veamos... ¿en qué país del mundo me gustaría vivir unos años?". La gente de mente abierta no rechaza a alguien por ser de Canadá, ni por tener otro color de piel. Ve hombres y mujeres, no razas y nacionalidades. La gente de mente abierta no ve cambios, ve oportunidades.


En el mundo laboral (trabajando por cuenta ajena) puedes crecer. Puedes mejorar y puedes subir. Puedes quedarte unos cuantos años en el mismo sitio, cavar poco a poco una trinchera a tu alrededor y con la tierra que saques crear una colina. Puedes subirte a ella y sentirte el rey. Puedes incluso pasar más años cavando más hondo tu trinchera y elevando tu colina, hasta alcanzar el cielo. Entonces, puedes sentirte dios. Mirar a la gente desde arriba. Hablar con la solemnidad del poderoso. Pero no harás sino cegarte a la realidad: "tu empresa" es circunstancial. Para ella eres sólo un número, y cuanto antes te des cuenta, mejor será. Nadie es imprescindible, porque ninguna empresa se hundió nunca porque se fuera uno de sus trabajadores. Por muy importante que fuera. La empresa te tiene ahí mientras le eres útil. Cuando dejas de serlo, te escupe. Es por eso que no debes ver tu empresa actual, tu puesto actual, tu carguito actual o lo que sea que te mantiene orgullosamente apalancado en ella, como algo vitalicio, imperecedero. Si lo ves así, será cuando, en tiempos de cambio como estos, te invadirá la incertidumbre.

¿Qué motiva la incertidumbre?
Siguiendo al diccionario, el no saber qué va a pasar. Pero en mi opinión, en este caso, hay mucho más. Hay miedo. Cuando las cosas se mueven en el mundo empresarial, los cambios a menudo afectan a los empleados. Si apartamos la preocupación por tus ingresos, tu familia y tu modo de vida, y nos ceñimos exclusivamente al marco laboral, la incertidumbre viene básicamente motivada por la posibilidad de perder tu silla. Por la posibilidad de que te aparten de tu bien ganado puesto. La posibilidad de que pierdas el respeto y el estatus que tanto te costó ganar. La posibilidad de que te envíen a otro sitio donde tengas que empezar de cero a demostrar lo que vales. La posibilidad de que estos años en tu sillón hayan hecho imposible que ahora demuestres lo que vales, porque vales bien poco, a fuerza de apalancarte en tu castillo, centrarte siempre en tus cositas y no querer ver el mundo. La posibilidad de que se den cuenta. La posibilidad de que te pongan a alguien encima que cambie el modo en el que haces las cosas. A ti, nada menos, y después de tantos años. La posibilidad de que te envíen a algún sitio donde la gente no aparte su temerosa mirada cuando se cruza con tu altanera barbilla.

¿Qué provoca la incertidumbre? Mal humor. Nervios. Crispación. Desmotivación. Pasotismo. Todo tipo de cosas negativas, que mira tú por dónde, se transmiten estupendamente a la gente que te rodea. Si estás así, transmitirás todas estas porquerías, harás partícipe de tus miedos a tus compañeros, crearás un ambiente marrón que se desplazará hacia abajo como la pólvora.

Así que...

Si eres de los que tienen miedo a los cambios; si eres de los inmovilistas; si eres de los que piensas que las cosas están bien como están; si piensas que para qué cambiarlas; si eres de los que frunce el ceño cuando le vienen con una sugerencia de mejora; si eres de los que ven los nuevos proyectos como más trabajo y más preocupaciones; si eres de los que cuando acaban tragando lo hacen encogiendo los hombros en plan pasota; si eres de los que sólo ponen trabas y crean problemas cuando alguien sugiere mejorar las cosas; si eres un triste...

Quítate de en medio. Deja paso a los que se mueven. No entorpezcas el avance de un área, de una empresa. No entorpezcas el desarrollo, los proyectos, los cambios. Busca una empresa clásica, tradicional, que no cambie. Dedícate a la artesanía, fabrica guitarras o abre una tienda de antigüedades. Cualquier cosa, pero vete con tu inmovilismo y tus miedos donde sean útiles.

Los cambios ya forman parte de nuestra vida laboral. Negarlos es negar lo inevitable (...Sr. Anderson...). Adáptate, no seas inmovilista. Aprovecha, mejora, aprende. Cambia cuando lo requieran las circunstancias, y tu valor profesional se multiplicará.

Abre tu mente...


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