La soledad II
Esta soledad voluntaria me está afectando más que en alguna otra ocasión. La situación es diferente, claro. Muy diferente. Lo que hace la edad.
Afronto esta soledad de otra manera muy diferente. Con prudencia. Con todo el ánimo que puedo. Despacio, pasito a pasito, sin armar ruido. Y, para mi sorpresa, con la terrible sensación de que va a ser una soledad muy larga. Me estoy pertrechando para esta batalla como el que sabe que el asedio será largo, duro. Cuanto más andamos por la vida y más experiencia acumulamos, más fácil nos es ver ciertas cosas. Más rápido las entendemos porque las hemos visto antes, y más inmediata es nuestra respuesta, porque ya sabemos a dónde lleva un camino, y a dónde lleva otro; ya estuvimos en uno de los dos. “La próxima, escogeré el otro camino“. O quizá “he escogido bien, la próxima haré lo mismo”.
Qué duro es tener experiencia en una serie de cosas. En cuestión de amores, es durísimo. Haber perdido la inocencia, y en una serie de aspectos la ilusión, es realmente triste. Antiguamente moneabas mucho, te ilusionabas, y descubrías un tiempo después que no, que eso no era lo tuyo. Ahora ya sabes qué no funcionará, a los 5 minutos. “Mejor, menos tiempo desperdiciado”, podréis decir. Sí, quizá. Pero es tremendamente triste. Sobre todo si la mayoría de las candidatas que conoces se quedan en ese primer descarte. Es por esto que uno coge provisiones de sobra para el viaje. Veo que será largo. Encontrar a alguien que pase todos los filtros que todos nos vamos poniendo con los años es cada vez más difícil, por no decir que puede ser imposible. Por no perder la ilusión, vamos, en que algún día encontrarás a alguien como tú quieres.
¿Es normal ir perdiendo la esperanza? ¿Nos pasa a todos? ¿Es normal no conformarse con cualquier cosa, sino sólo con lo que sabes que quizá funcione? ¿Es normal, pasados los 30, querer esperar al tranvía que te llevará a donde tú quieres ir, en vez de pillar el primero que pasa? Sinceramente, creo que no. A ciertas edades, uno ya no está para andar perdiendo el tiempo en experimentos de dudoso resultado. Va a ser que no.
Es curiosa la sensación que te invade cuando calibras seriamente la posibilidad de estar solo por los restos. Mil sensaciones recorren tu cuerpo, y ninguna es especialmente agradable. La sensación de desperdicio es una de las peores. Tanto que dar y nadie a quien dárselo… Tanto y tanto. ¿A dónde van los abrazos que no das? leí hace no mucho tiempo en algún sitio. Uno tiene la misma sensación que cuando, en el pueblo, veía llegar más y más agua al pilón, y rebosaba, perdiéndose, porque nadie había abierto el desagüe. Y a nadie le importaba. “Debe ser que aquí les sobra el agua“. Debe ser que aquí sobran otra serie de cosas. Pero luego no, no es así. Oyes las noticias, oyes hablar a la gente por la calle, en el metro, y siempre oyes lo mismo. Lo sola que está la gente, lo poco que folla (una pata banco, pero es que lo oigo mogollón) y lo que le gustaría tal o cual cosa. Meditando sobre ello, siempre llegas a la misma conclusión: aquí hay algo que no funciona…
Conclusión
“Bah, tío, no seas exagerado. Ya aparecerá”. La frase del año. Me la sé de memoria. Estoy de acuerdo, aparecerá. Sólo espero estar aquí para cuando eso ocurra, y que no me pase como a Ana en Naturaleza muerta.
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