jueves, 28 de febrero de 2008

Los cambios VI

Secreto desveladoLa pregunta más repetida en lo que va de año: ¿y cuál es el color secreto? La respuesta evidente: "si te lo dijera dejaría de serlo". Es lo que siempre he pensado de los secretos, que sólo lo son si no se los dices a nadie. Hay gente que no lo entiende. Algunos, incluso se ofenden porque no se lo desvelas. No respetan el concepto.

Pero los secretos no lo suelen ser para siempre, y al final llega el momento de desvelarlos. Sólo hacía falta tener un poco de paciencia, les dices. ¿Es o no es cierto que lo desconocido provoca mayor sorpresa? ¿Cómo vamos a tener interés en las cosas si ya las conocemos?

Hoy tengo un nuevo amigo. Lo pasaremos bien juntos, seguro.

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martes, 19 de febrero de 2008

La sociedad VI

Así empieza todoMe he pasado al enemigo. Tantos años luchando, tantos años sufriendo... para esto. Qué pena. Si mi madre me viera.

Desde pequeño ya manifestaba mi aversión. Al pricipio no podía pasar de poner malas caras. Después, según fui creciendo, mis posibilidades aumentaron y pasé a la lucha activa con todas las armas a mi alcance. Guerra de guerrillas, escaramuzas; más tarde, guerra abierta. Muchas batallas libradas, muy pocas ganadas. El enemigo era fuerte, sus armas poderosas, y sus víctimas, faltas de voluntad suficiente para resistir, marionetas en sus manos.

Años en esta situación de guerra civil, en la que se pelea hermano contra hermano, de la misma sangre, han llevado, gracias a muchos miles, a millones de luchadores como yo, a conseguir poner de nuestro lado el arma total: la ley.

Un día, esos individuos que votamos de vez en cuando, que tan pendientes están de nuestras necesidades, y que nunca aprovechan su posición para beneficiarse ni ellos ni sus familias/amigos, los políticos, decidieron hacer leyes para proteger al bando oprimido. Se pusieron las orejas, esas cosas que siempre olvidan en el cajón de la cómoda, y oyeron al sentido común, que llevaba años gritándoles. Resultado: ya no se puede fumar en el trabajo, y los restaurantes de cierto tamaño están obligados a disponer una zona aislada del resto, con ventilación independiente, para los que todavía lo están intentando dejar.

Y heme aquí, satisfecho del resultado parcial de años de lucha (la guerra no ha acabado), en la tesitura de tener que escoger bando cada vez que voy a uno de estos restaurantes. ¿Qué hago entonces? Veamos: en los locales en los que la gente va a tomar cualquier cosa y charlar con los amigos (véase VIPs y similares), la elección está clara: soy el de siempre. Cuando quiera niebla, me iré a Londres. No obstante, la cosa cambia radicalmente cuando es un restaurante más clásico, uno al que la gente va a comer o cenar. En estos casos, mira tu, la gente come. Y mira tu por dónde, mientras come, no fuma. Bien es cierto que cuando acaban, con el café, se fuman uno o dos, pero vamos, que después de aguantar toda la vida a chimeneas compulsivas, tampoco pasa nada por que el de tres mesas más allá se eche un pito. Para eso está el potente extractor de la zona.

A estas alturas ya os estaréis preguntando: "Pero ¿y por qué no ir a la zona de no fumadores, y evitarías incluso al de tres meses más allá?" Ah, ahí está el quid de la cuestión, el por qué me he pasado al enemigo. La clave está en el resto del enunciado de la ley: "Los niños [los gritones, maleducados y coñazos en particular] no podrán acceder a estas zonas de fumadores" Corolario: todos los familiares que van con esos niños, tampoco. Ahí lo tenéis. ¿Qué significa esto? Fácil: dependiendo del tipo de restaurante y del día de la semana (el fin de semana es mortal), puede que en la zona de no fumadores el tiempo de espera para sentarse pase de media hora. Y la zona de fumadores semi-vacía...

¿Vosotros todavía pedís zona de no fumador?

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jueves, 14 de febrero de 2008

El amor V

[Sin palabas]Hoy ha sido el día de los enamorados. Kebonitto. Algo diferente se podía respirar en el ambiente. Al principio, esta mañana, no me he dado cuenta. He pasado toda la mañana pensando: "¿Qué pasa hoy, que todos mis compañeros de trabajo son taaan agradables conmigo? ¿Qué sucede hoy, que por todos lados oigo frases amables, recibo sonrisas, buenos gestos, expresiones agradables y piropos? ¿Qué les pasa hoy a todos, que hacen del trabajo un sitio tan maravilloso que se me hincha el pecho de la alegría que me da estar aquí? ¿Qué será, qué será?". Hasta después de comer no me he dado cuenta de que era 14 de febrero, San Valentín, día de los enamorados. "Claro, ahora caigo. Es por esto que se respira este ambiente de cordialidad, de cooperación, de buen rollito. Es por esto que todos rezuman amor por cada uno de sus poros". Qué tonto he sido, fíjate que no darme cuenta. Qué torpe.

Después, en vista del abrumador espíritu amoroso que invadía la estancia, he tenido a bien preguntar a todos los enamorados qué tenían pensado de especial para con sus respectivas en un día como el de hoy. Al cuarto que o bien negaba con la cabeza o contestaba "nada", me ha dado corte seguir y he decidido abandonar mi iniciativa. He preferido abrir un navegador en images.google.com y buscar "amor", a ver si ahí encontraba algo.

Tras salir de ese corazón gigante que ha sido hoy el edificio en el que tengo la inmensa fortuna de trabajar, me he enfundado el casco y me he bajado a la M30, sólo para encontrarme con unos cientos de enamorados más que, con el pecho henchido de felicidad, demostraban a cada paso el amor que irradian por sus semejantes. Tal despliegue de cariño no ha hecho sino llenar aún más (si cabe) mi corazón con buenos sentimientos, y mi mente de bellas palabras.

Para celebrar como se merece un día como el de hoy, he decidido demostrar mi amor a mis vecinos, e ir a comprar unas bombillas al centro comercial, que la del rellano del primero está fundida. De camino, tanto amor me he encontrado por la calle, que a duras penas he conseguido apartar los corazones a mi paso, ya que todo lo rodeaban. Una vez en el centro, camino de la bombillería, la casualidad ha puesto en mi ruta a un antiguo compañero de trabajo. Tenía la típica expresión agobiada de quien busca a última hora algo para cariño y no encuentra nada. Resignado, me lo cuenta y me muestra su as en la manga, un "vamos de compras y te regalo algo que te guste". Le deseo suerte con su as en caso de que finalmente no encuentre nada y nos separamos.

Ya en la bombillería, compruebo los estragos que un día como el de hoy hace en las compras "estándar". Tres cajeras con los brazos cruzados, cuando normalmente siempre hay fila en la que entretenerte.

- Parece que hay poca clientela...
- Sí, no sé qué fue que pasó hoy
[con acento colombiano]
- Estarán todos enamorándose por ahí
-
[Risas] Sí, apuesto a que sí
Encuentro la confirmación final en la floristería de enfrente. La señora que la atiende normalmente está flanqueada por dos "ayudantes por un día" que no dan abasto a envolver rosas de variados colores en celofán. Le pongo encima del mostrador un centro de flores secas muy chulo al que había echado el ojo hacía unos días, y le digo que me cobre. Me mira y me regala una gran sonrisa amorosa mientras se hace una idea equivocada de mí. Antes de que me de cuenta, comienza a envolverlo en celofán.
- Eerhhh...no, no me lo envuelva
- ¿Cómo? ¿No quieres que te lo envuelva?
[cara de sorpresa]
- Ehhmmm... no... ehmmm... no, no hace falta. Si es para mí.
- Ah... vale
[no explico la expresión de su cara, ni lo que piensa, ya que es evidente; ahora sí que acierta]
Finalizo mis obligaciones del día derrochando watios para mis vecinos, y me retiro a mi guarida con la esperanza de que lo poco que queda de hoy no se me haga muy largo. De cualquier modo, si por ventura esta fuera mi última entrada, haced que inscriban en mi lápida:
"Murió aplastado por el amor que le rodeaba".
A Fátima y María.


Esta canción me gustó mucho. Siento no haber acabado mis clases de catalán.

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lunes, 11 de febrero de 2008

La sociedad V

Hoy ha sido otro día de esos en los que, como explico en otra entrada, he subido a casa cargado como un burro segoviano (otro día os explico esto). Una vez recuperada la sensibilidad en mis manos, puedo describir la situación vivida (revivida, debería decir).

Caja 3 del supermercado: espero mi turno en la fila. Mientras, echo un vistazo a mi alrededor. Me gusta observar a la gente, me divierte hacer deducciones sobre ellos. Caja 6: una mujer de unos 39 años, esperando como yo, parece tener su mirada fija en mí. Cuando le dirijo la mía, compruebo que no; mira a algo o a alguien por detrás de mí. En una fracción de segundo, hago mi pronóstico. En realidad, me ha resultado sencillo. Su cara era un libro abierto. Su mirada apuntaba a media altura. Miraba tan de reojo que si no le veías los ojos, parecía que no miraba allí. Un casi imperceptible gesto de desagrado envuelto en superioridad, a medio camino entre el asco y la envidia, la delataba. Estaba mirando a otra mujer.

Dos segundos después, una media sonrisa aparece en mi cara al comprobar que acertaba: el motivo de la mirada pasa detrás de mí en dirección a ella. Una joven alegra la vista al personal con unas ajustadísimas mallas blancas que, pese a no ser demasiado finas, no dejan gran cosa a la imaginación, y eso que yo la estaba viendo por detrás. Para mi sorpresa (no por que lo hiciera, que eso no me sorprende, sino por la falta de educación que demuestra) la mujer de la calle 6 le sigue mirando directamente la entrepierna mientras se le acerca, hasta que está prácticamente a un par de metros; en ese momento supongo que le da corte y pone las cortas. No acaba ahí mi sonrisa, que se convierte en risa al tener éxito una vez más en el típico ejercicio de control mental que me encanta practicar. Según la interfecta pasa de largo por detrás de la mirona, le espeto mentalmente: "en cuanto oigas sus tacones pasar de largo, échale una buena mirada al trasero, para tener la foto completa... vamos, hazlo". Dicho y hecho, como si me hubiera oído. Último repaso a las grupas, para volver después la mirada al frente con ese típico movimiento que, lentamente, va a dejar la barbilla un poco más alta de lo normal, a la vez que la cabeza queda ligeramente inclinada hacia el lado de la interfecta, las comisuras de los labios apuntando hacia abajo y la ceja contraria ligeramente elevada (confiesa que estás haciendo el gesto mientras lees esto).

Todo esto viene a que me apetecía dedicar una entrada a la manera en la que las mujeres se miran entre sí. Me ha llamado la atención desde que tengo uso de razón. ¿Qué impulsa a las mujeres a mirarse de ese modo, más descaradamente aún que cualquier mirada masculina? ¿Por qué de las 4 personas que se sientan frente a mí en el metro, cuando entra el bombón, el tío sólo le echa una miradilla rápida, y en cambio las otras 3 mujeres se la quedan mirando de arriba a abajo y en sitios puntuales hasta que se quedan a gusto? ¿Por qué sólo hay que verles la cara para leer en ella lo que están pensando? (¿y por qué me lo paso tan bien cuando veo esto?).

Una antigua amiga mía, tan guapa como sincera, me dio un día una respuesta clara y rotunda de lo que le sucedía (aunque sé que no es representativa de la clase femenina): "Yo miro así a las tías porque son la competencia. Las miro de arriba a abajo para ver si están buenas o les sobran unos kilos, a ver cómo visten y todo eso. Si están buenas y tal, pues pienso 'mira esa [censurado], qué buena está'. Si no, o si es una hortera o algo, la pongo verde y me siento mejor".

La verdad es que no me esperaba aquel bofetón de sinceridad, pero luego lo agradecí mucho. De hecho, pese a que he visto ese comportamiento cientos de veces en todos estos años, jamás he vuelto a oír a ninguna mujer confesar abiertamente que lo hagan, o si lo hacen, que les mueva la envidia o ese sentimiento de competencia. Lo normal es bromear sobre el asunto y cambiar de tema.

De cualquier manera, es algo muy divertido de observar. Si ya lo habéis hecho en alguna ocasión, voluntaria o involuntariamente, habréis comprobado lo estándar del proceso, pero si no, fijaos bien, porque es muy curioso. ¿La mejor manera? Bien simple: un lugar más o menos cerrado (metro, autobús, una tienda, no sé), con gente que no se conoce. Entra una maciza, o una mujer con alguna "característica" que sobresalga de lo normal. No observéis a la maciza, hay muchas por ahí. Observad al resto de la gente. Os divertiréis.

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domingo, 10 de febrero de 2008

La soledad IX

Qué curioso, el subconscienteEs verdad que prácticamente no veo la tele, pero debe ser que lo poco que la veo basta para que algún comercial se quede grabado en mi subconsciente. Quizá sea por eso que anoche soñé que estaba en ese lugar tan curioso que aparece en un anuncio de automóviles, el lugar de las cosas que nunca hiciste.


Había una casita pequeña, rodeada de un pequeño jardín. Era poca cosa, pero me parecía preciosa. Era original y acogedora. Tenía una valla baja de madera blanca, como las que salen en las pelis. Era un barrio tranquilo y conocía a todo el mundo; me sonreían al saludarme cuando me veían, y me preguntaban qué tal estaba.

Había dos críos encantadores, una niña de unos 4 años con ricitos castaños y un niño de unos 5 ó 6, que comenzaban a gritar como locos cuando yo entraba en casa y competían por ver quién llegaba antes a abrazarme. Se aturullaban entre los dos intentando contarme antes que el otro no sé qué cosas, irrelevantes para mí, pero que me hacían sonreir y sentir bien.

Había una mujer, que no sabría describir muy bien, a la que descubría mirándome desde el umbral de la puerta del salón entre los gritos de los críos, con esa mirada que me hincha el pecho y me derrite a la vez, esa mirada que dice tantas cosas que podría escribir un libro sólo enumerándolas. Me sonreía, y me hacía sonreir a mí, porque los dos sabíamos, sólo con mirarnos, que éramos lo que el otro siempre había buscado, nuestra media naranja.

Pero hubo algo que llamó mi atención por encima de todo; no era nada en particular, sino más bien algo que flotaba, un sentimiento. Me rodeaba y me inundaba una deliciosa sensación de compleción, entre la alegría y la euforia, como el corredor de la maratón que alcanza la meta. Una sensación de esas que ni todo el oro del mundo podría pagar. Una sensación de esas que sólo alcanza a entender completamente aquel que la ha vivido.

No recuerdo cómo continuaba mi sueño, ni si ví algo más. Desde que me he despertado tengo ese sabor agridulce de quien ha visitado en sueños un bello lugar. Sólo en sueños, como en el anuncio.

Por cierto, no tenía coche.

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