lunes, 2 de abril de 2007

La muerte I

La muerte forma parte de la vida. Nacemos, y en algún momento, nos morimos. Es inevitable, aunque eso no nos consuela de la pérdida. Familia, amigos, conocidos, compañeros de trabajo. En buena lid, iremos viendo caer a todos los que nos rodean, hasta que nos toque a nosotros.

Cada vez que la muerte golpea cerca, solemos meditar aunque sólo sea un poco sobre lo efímero de nuestro paso por este mundo. Unos cuantos años y fuera. Repasamos lo que hemos hecho hasta ese momento y lo que nos queda por hacer. Las cosas pendientes, el futuro. Estimamos cuánto nos queda a nosotros.

Ya no tengo abuelos. Sólo me queda la generación de mis padres. Dentro de no muchos años nos visitará de nuevo. Y esta vez pegará duro. Perder a tus padres debe ser lo peor de este mundo. Y después, claro está, perder a tus hermanos. Eso te pone el siguiente en la cola. Tu tiempo se va acabando. Bueno, supongo. La verdad es que cada vez que me he planteado que mis hermanos son mayores que yo, y de lo que pasará dentro de 30 años, se me saltan las lágrimas. Qué no pasará cuando suceda lo inevitable.

Recuerdo cuando mi guapísima perdió una de sus tortugas. Qué mal momento. Qué mal lo pasó. Aparte del mal trago, la muerte había sido...traumática. La tortuga en sí no me daba ni frío ni calor, pero el verla a ella desconsolada me partía en dos. Los seres humanos, junto a algunos otros animales, somos capaces de desarrollar sentimientos afectivos por otras personas, por animales, e incluso por cosas. Respeto, admiro y comparto este afecto, pero sólo en el caso de personas y/o animales. No acabo de comprender muy bien el apego a las cosas materiales.

Siempre lo recordaréUn miembro de mi familia ha fallecido hace poco. Era bastante próximo en parentesco, pero la distancia geográfica y los años sin vernos nos acabaron haciendo inevitablemente lejanos. Tanto, que su pérdida no ha supuesto para algunos ni de cerca lo que significará cuando otra persona, con igual parentesco y total cercanía física, nos abandone. Esto nos hace plantearnos esa idea que siempre se dice respecto a la invariabilidad de los lazos familiares, frente a los amistosos o los de pareja. "Siempre estarán ahí". Sí, siempre estarán legalmente. Pero el roce hace el cariño, queramos o no, y la falta de roce, aunque nos pese, hace la falta de cariño. No creo que esto sea una regla fija, pero podríamos tomarlo como la norma. De cualquier modo, esto confirma también que las relaciones entre seres humanos nacen, se alimentan, crecen y, si no las mantenemos, acaban muriendo, por muy oficiales que sean. Cuántas veces nos habrá sucedido esto, y cuántas nos sucederá. ¿Queremos que nos vuelva a pasar otra vez? ¿Le pondremos remedio cuando todavía estamos a tiempo? Todo depende de nosotros; en nuestra mano está.

Descansa en paz.

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