La soledad I
Curioso estado, éste de estar solo. ¿Cómo puede estar uno solo, rodeado de varios millones de personas, entre familia, amigos, vecinos y desconocidos? Al final, es cuestión de cómo te sientes, no de cómo estás.
¿Por qué esta sociedad en la que vivimos hoy genera este sentimiento de soledad, aún siéndonos difícil aislarnos del resto de las personas aunque lo intentemos? Las costumbres, la educación, la cultura... todas estas cosas nos hacen vivir en un entorno en el que el individuo pierde su identidad como tal, para pasar a formar parte de un colectivo en el cual, como en los hormigueros, carece de importancia quién eres, y sólo importa el resultado de lo que haces. Si eres útil puedes continuar en el sistema, si no eres útil se te arrinconará paulatinamente hasta eliminarte de él.
Me gustan los pueblos. Esos antiguos en los que ya sólo queda gente mayor. Pueblos en los que la gente te saluda por la calle aunque no te conozca. Te da los buenos días con la mejor de las intenciones. Te ayuda desinteresadamente si lo necesitas; incluso te abre su casa. Costumbres éstas que van desapareciendo como las gentes que todavía las conservan. Hoy, en las grandes ciudades como Madrid, plagadas de jóvenes tratando de abrirse camino, de medianaedaderos frustrados por una y mil cosas, y mayores que ven cómo la sociedad les aparta, conseguir que tus vecinos te miren a la cara o te saluden cuando te los encuentras en el pasillo es poco más o menos que una hazaña. Cada vez nos importa menos el resto de la gente y más nosotros mismos. Cada vez vamos más a lo nuestro y más a pisar al de al lado, no sea que nos pise a nosotros. En un panorama como éste, a veces se hace difícil no sentirse solo.
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